Es maravilloso darse cuenta de lo increíblemente potente que es el poder del uso de las palabras y las connotaciones que cobran en el otro. Sin deseos de juzgar intenciones, existen ocasiones en las cuales digo lo que no quiero decir, pero conviene decir, no sólo por la “supuesta conveniencia personal”, sino también, por una “supuesta conveniencia del otro”, que nunca sabré si le es conveniente, debido a que estoy imposibilitado a acceder a las significaciones del otro, lo que produce que esa ilusión se transforme en afirmación o error en el momento que el otro manifiesta el impacto de mis palabras y las interpretaciones que realiza y los efectos que causan en sus construcciones y posteriores reinterpretaciones.
Vamos al ejemplo trivial. Unas noches atrás, el amor de mi vida, me invitaba (supuestamente sin intención) a leer un mensaje que emitía por el chat una ex alumna de ambos. Situación extraña, puesto que, ni mi señora es adicta al chat, menos aún comparte sus conversaciones virtuales conmigo. Lo medular del asunto era que en un escrito que esta joven realizaba, manifestaba la importancia de mis palabras en algunas cosas de su vida y como estas le permitieron acceder al mundo del cuestionamiento y la lectura. Misión cumplida pensé, aumento del ego y de mi capacidad profesional. Pero eso no era lo importante, sino que, posteriormente a estas adulaciones manifestaba un pseudo arrepentimiento de no haberme agradecido de todo estos aprendizajes en el momento oportuno.
En ese dificultoso momento de mi vida, mi situación era otra. Creía estar en la cúspide de una “supuesta super capacidad” con la cual me sentía complacido, pero que de alguna manera era un pretexto para esconder mi inseguridad y necesidad de reconocimiento, que aunque dijese que no necesitaba agradecimiento por parte de mis estudiantes, por que era mi deber generar aprendizaje en ellos, tenía la tremenda necesidad de escuchar “gracias profe por generar espacios para aprender”.
Ahora con el tiempo y el desarrollo de una mayor capacidad reflexiva, no tengo temor de dar y aceptar todos los agradecimientos del mundo y todas aquellas cosas buenas que nunca deben rechazarse, para no terminar siendo lo que otros desean que sea, como algún tiempo fui.
Vamos al ejemplo trivial. Unas noches atrás, el amor de mi vida, me invitaba (supuestamente sin intención) a leer un mensaje que emitía por el chat una ex alumna de ambos. Situación extraña, puesto que, ni mi señora es adicta al chat, menos aún comparte sus conversaciones virtuales conmigo. Lo medular del asunto era que en un escrito que esta joven realizaba, manifestaba la importancia de mis palabras en algunas cosas de su vida y como estas le permitieron acceder al mundo del cuestionamiento y la lectura. Misión cumplida pensé, aumento del ego y de mi capacidad profesional. Pero eso no era lo importante, sino que, posteriormente a estas adulaciones manifestaba un pseudo arrepentimiento de no haberme agradecido de todo estos aprendizajes en el momento oportuno.
En ese dificultoso momento de mi vida, mi situación era otra. Creía estar en la cúspide de una “supuesta super capacidad” con la cual me sentía complacido, pero que de alguna manera era un pretexto para esconder mi inseguridad y necesidad de reconocimiento, que aunque dijese que no necesitaba agradecimiento por parte de mis estudiantes, por que era mi deber generar aprendizaje en ellos, tenía la tremenda necesidad de escuchar “gracias profe por generar espacios para aprender”.
Ahora con el tiempo y el desarrollo de una mayor capacidad reflexiva, no tengo temor de dar y aceptar todos los agradecimientos del mundo y todas aquellas cosas buenas que nunca deben rechazarse, para no terminar siendo lo que otros desean que sea, como algún tiempo fui.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario