miércoles, julio 30, 2008

Camino


Cinco de la tarde de un día lluvioso del mes de Julio, camino a Castro, en busca de mi auto que estaba en el taller de la única persona que me daba la solución de un problema que el vehículo supuestamente no tenía que tener, pero tenía. La ventana transparente que se encuentra frente a los asientos 1 y 2 decía que el bus tenía capacidad para 46 pasajeros, nunca supe cuantos viajaban, la única certeza que tenía era que quince minutos antes de comprar mi boleto de ida sin vuelta, quedaban no más de cuatro asientos disponibles. Siempre me ha gustado viajar en el asiento ventana, que aunque suene incoherente es en el cual puedes afirmar la parte lateral de tu cabeza y sentir la vibración y humedad del vidrio de plástico que permite visualizar el paisaje que generalmente, en estos casos, es mucho más interesante que observar a los compañeros de viaje y escuchar los detalles de sus vivencias.
Al comprar mi boleto decidí quedar en el asiento número 8, de tal forma que pueda observar el letrero con el nombre del individuo que me salvaría de mis problemas mecánicos. Aunque finalmente quedé en el 7, ya que, mi compañero de asiento dormía placidamente al momento de subirme al bus y no me atreví a despertarlo, total en el 7 se veía mejor.
Luego de quince minutos de un monótono y aburrido viaje, el bus frena abruptamente, me inclino de mi asiento para observar el motivo de la causi detención y a unos 100 metros se divisa la silueta de un persona que camina por el centro de la carretera. Generalmente son los animales lo que se cruzan y ponen en peligro a los automóviles que circulan por el lugar, pero en esta ocasión era imposible equivocarse, era una persona, de pequeña estatura, completamente de negro, con un bastón y un gorro de lana. En ese momento temí por mi vida y luego por el de la persona que deambulaba por el camino. Pensé en un accidente por evitar atropellar a un individuo ebrio en la carretera, luego al percatarme de la distancia entre esta persona y el autobús recuperé la calma y centré mi atención en la fisonomía de este ser que circulaba libremente por la carretera, al acercarnos a unos 3 metros, me percaté que era una anciana, con un abrigo negro que terminaba a unos centímetros de la rodilla, calzaba una medias negras, botas del mismo color y un gorro negro con el que completaba su atuendo. Al sentir el bus aproximarse hace el ademán de continuar su camino, importándole muy poco el cambio de luces de bus, total la vida se concibe y acaba en un segundo.
Cuando el malestar se apoderó de sus movimientos, giro su rostro hacía el chofer y con un ademán de molestia decidió dejar proseguir al bus por su camino habitual. Escuché las voces de algunos que la trataron de loca, otros de desubicada. A mí me pareció notable. Incomprensible para quienes tratan de comprender el mundo asociándolo a una linealidad progresiva y no perciben la sutileza de la libertad del desplazamiento por cualquier lugar y la apropiación de los espacios que son de todos. Aunque otra seria mi opinión si hubiese sido yo el conductor del bus.

2 comentarios:

Laucha dijo...

"Aunque otra seria mi opinión si hubiese sido yo el conductor del bus".

Alli se resume la operación necesaria para afrontar todas nuestras vivencias. Hay que entrenarse en el dislocar nuestra propia perspectiva, para respetar la del otro (perspectiva a la cual jamas a accederemos). la dificultad esta dada en que el dislocar, deformar, deconstruir nuestros afectos, el curso de la emociones, siempre parece un asunto compliado.

Elias dijo...

Complicado por la incapacidad de acceder a la clausura de las operaciones cognitiva-emocionales del otro, ya que, siempre seguiremos siendo nosotros. El otro somos nosotros transformados en el aprender a desarrollar e internalizar nuestras experiencias vivenciales y su posterior reflexión y concreción en las acciones y relaciones presentes.