Román era una persona más bien parca. De pocos amigos. La mayoría de la gente lo conocía como el caballito, denominación que se ganó luego de veinticinco años trabajando en el hipódromo. Si uno le preguntaba acerca de que lo que esperaba de su vida, él respondía “Criar caballos”, aunque suene paradójico, Román consideraba que no era un cuidador de caballos, sino que, un criador de caballos y siempre hacia la diferencia. Un día le dije: Román te has dado cuenta que toda la gente se ríe de ti cuando dices que eres un criador de caballos. Parece- me responde. Pero eso no te fastidia Román. Para nada, por que eso es lo que soy, a diferencia de los cuidadores, yo soy el verdadero padre de los caballos, ellos me cuentan sus problemas, los abusos que cometen los jinetes, las dificultades de ser prisioneros del vicio de las apuestas y como la gran mayoría sólo espera un accidente fatal en la pista para terminar con su maldita vida, por eso te digo que los crió, porque comparto con ellos, conversamos, nos consolamos y respondemos juntos antes las dificultades. Te entiendo Román, pero no será que todo eso que me cuentas es producto de tu imaginación, quizás amas tanto a estos animales que no eres capaz de diferenciar lo real de lo ficticio. Román me mira, se ríe, mueve la cabeza y me dice que no me preocupe. Lo real es lo que vives y estoy convencido de lo que estoy viviendo. Se da media vuelta, mueve su cabeza de forma descendente y se marcha con su recipiente con agua y un cepillo, a bañar a su caballo, según él.
Más de alguna vez pensé que Román estaba completamente loco. Lo digo por que no encuentro normal que un ser humano hable más de diez horas al día con un caballo. Que lo bañe, duerma con él, coma de su comida, lo peine todo el día, le llame la atención cada vez que considera que comete una falta de respeto a los de su especie, etc. Se lo conté a mi mujer quién dijo que no me preocupe, que la falta de compañía en la vida causa estas situaciones delirantes. Que no me complique, que lo más probable que cuando Román encuentre una pareja o lo visiten sus padres o familiares más cercanos, desviará la atención de los cabellos y realizará actos que la gran mayoría de los seres humanos realiza. No puedo negar que encontré lógica a todo lo que me decía, sino hubiese conocido a Román tanto como lo conozco, hubiese pensado que es un estado pasajero de una persona solitaria. Así es, Román esta completamente sólo, humanamente hablando, por decirlo de alguna forma. Nunca habla de su familia. Creo que no existe para él. Una vez mencionó algo de su padre, que lo introdujo en el mundo de los caballos, pero que era un aficionado, no cómo él, que estaba destinado a vivir con los caballos, era un tipo de predestinación, un llamado divino a cumplir una misión que lo obligaba a entregar todos los minutos de su vida a la crianza de los animales.
Román no iba a fiestas, no conversaba con nadie, no practicaba ningún tipo de deporte y no tenía hogar. Vivía en los establos, no tenía ninguno en particular, se turnaba noche tras noche en la cama de paja de sus hijos con los cuales compartía las veinticuatro horas del día. En muchas ocasiones me sentí como la única persona con la que Román se comunicaba y eso me daba temor. No por lo que él me podría decir, sino, por la responsabilidad de mis palabras. Temía que alguna de mis aventuradas sentencias repercutiese negativamente en las acciones que Román emprendiese con su vida. Es muy complejo ver a una persona que está en el borde de la locura y no poder hacer nada.
En esa dificultad me encontraba cuando mi mujer me menciona que por motivos de trabajo se tiene que ausentar de la ciudad por cinco días. Compleja situación, por que a diferencia de Román, mi personalidad era más extrovertida, pero no para compartir con cualquier persona que encontrase en la calle. Durante los últimos meses, mi mujer era la única persona que era un referente válido para dialogar este problema. Por que aunque suene inverosímil, el noventa por ciento de mis diálogos estaban centrados en el comportamiento de Román y sus caballos. El tema me inquietaba, pero a la vez me atrapaba en una maraña de especulaciones que no me dejaban dormir. Estoy completamente seguro que Román nunca tuvo la intención de heredarme sus dificultades, pero de un mes a la fecha, no podía dejar de pensar en los motivos que tenía para vivir con los caballos. Era mi obsesión. En el trabajo dejaba de comer para averiguar por Internet acerca de la enfermedad que podía tener. Buscaba incesantemente pero no encontraba nada. Durante días fue una tortura, una trampa que me tenía completamente atrapado y consumía gran parte de mis energías diarias. Realmente no era consciente de esta manía que estaba adquiriendo, pero cada vez que llegaba a mi trabajo, bajaba raudamente de mi vehículo, saludaba casi con desprecio a mis compañeros, prendía el botón de mi PC y esperaba ingresar a Internet a encontrar la página mágica que me brindará la información necesaria para reducir mis niveles de angustia acerca de la gran enfermedad mental de Román. Recuerdo que un día no pude ingresar a la red por problemas técnicos y fue un momento de descontrol que hasta el día de hoy se recuerda en mi trabajo. Me desesperé. Observé que en el monitor una página en blanco se plasmaba como un portazo en mi rostro ante mi necesidad de lograr descubrir los motivos de la enfermedad de Román. Sin diagnóstico médico, lo sentencié a una locura terminal. No sé si sería por mis lectura o experticia en películas del género, pero Román no era normal, estaba loco, al igual que muchos de los personajes de las películas que miré cuando niño. Pero era un loco especial. No era agresivo, sino más bien, reflexivo y eso me angustiaba, quizás, si se hubiese ajustado a los parámetros de locura que manejaba a través de mis imágenes mentales, hubiese tenido más herramientas para lograr bajar mis niveles de angustia.
Mi mujer me llamaba todos lo días. Creo que sospechaba al escuchar mi voz que algo me pasaba. Me preguntaba frecuentemente que me sucedía. Si tenía alguna preocupación en el trabajo o se me había acabado el amor. Que ya no era como antes, que no me preocupaba tanto de ella y bla, bla, bla y muchos más blas. Siempre la he amado y la seguiré amándola, ese no era mi problema y lo tenía más que claro.
Nueve de la mañana y la angustia me corroe, no tolero las preguntas de mis compañeros acerca de mi vida. No aguanto más las ordenes de mi jefe. Creo que voy a explotar, sé que las consecuencias pueden ser nefastas para todos. Pienso. Necesito buscar una forma de escapar de este lugar y lograr descubrir el enigma de Román ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Humano o animal? ¿Por qué me inquieta tanto conocer su vida? ¿Tendré alguna desviación? No lo sé. En un momento dudé de mi atracción hacia él. Quizás era un tema sexual, después de tanto años me transformaba en maricón. Rápidamente borré esa idea de la cabeza. Era más bien un tema investigativo, eso creo. Tenía un minuto para hablar con mi jefe y solicitarle permiso sin goce de sueldo para ausentarme de la cuidad por unos días. Obviamente era mentira, pero el pretexto de la madre gravemente enferma siempre funciona. Mi jefe no tuvo ningún problema, al escuchar que era un permiso sin goce de sueldo sumándolo a mi baja productividad, producto de mi angustia, se sintió aliviado de deshacerse de mí.
Emprendí camino al Hipódromo. Se acabó la espera, no me interesa la literatura respecto al tema, ni la opinión de ningún experto, voy a ir a hablar derechamente con Román para aclarar las cosas. Necesito saber que es lo que realmente lo lleva a actuar de esa manera. Necesito que responsa a mis inquietudes, sea como sea, se acabó la tolerancia, esto no se va a quedar así, Román no puede transformar mi vida en un laberinto sin salida. Que se muera junto a sus malditos caballos, tengo que salvarme de la enfermedad de la angustia causada por la inquietud de saber que es lo que le pasa a este extraño ser, que deambula por lo recovecos más siniestros de los actos humanos y es capaz de transformar la apacible vida de una persona, en una sucesión de pesares que lo empujan al precipicio de la razón. El camino es cada vez más corto y la puerta del Hipódromo está cada vez cerca.
Ocho de la tarde y Román no da luz de vida. No puede ser que otra noche más de mi contrariada vida transcurra con la desesperación de descubrir el enigma que rodea a Román. No tolero otra noche de sobresalto. Pesadillas y angustia. Tengo que encontrarlo. Observo establo por establo y no veo al maldito, quizás sabía de mi presencia y optó por refugiarse en los establos más lejanos e inaccesibles al público. Me da lo mismo. Mi tarea es encontrarlo y para allá voy.
En el establo cuarenta y tres, abandonado por su lejanía de la pista de carrera, encuentro a Román acariciando una yegua. Aquí estas maldito, pensé. Era mi oportunidad de decirle todo lo que pensaba y así lo hice. Román infeliz mírame. El gira su rostro, ríe y sigue acariciando la yegua. Deja de hacer eso desgraciado, ella no es una mujer, no abuses de ese animal. En un momento de mi delirio pensé que Román iba a realizar un acto zoofílico y procedí a tomar un rastrillo que se encontraba en el establo y me dirigí directo hacia él. Vas a morir degenerado, me has arruinado la vida. Justo antes de enterrar el rastrillo en su espalda veo como se aferra al cuello de la yegua. En ese instante acontece un hecho que escapa a todo lógica y hace girar en 360 grados mi forma de percibir el fenómeno. El animal me grita “No lo hagas”. Quedé totalmente. Era increíble, la yegua me habló, Román decía la verdad, eran sus hijos y podía comunicarse con ellos. Todo lo que sentí es imposible de narrar sin ser visto como un loco. Sólo pensar eso me bastó para concluir lo que había comenzado y clavar completamente el rastrillo en la espalda del infeliz. Su agonía duró unos minutos mientras la yegua lo observaba y me increpaba de manera violenta. Arranqué. Corrí desesperadamente, con el alivio de saber que no caería en la trampa de la locura de Román. Que era libre y mi vida seguiría un curso de normalidad. Si alguien me pregunta que pasó, les diré que soy el asesino de una persona que trató de robarme la cordura, pero que sólo quedó en el intento.
Más de alguna vez pensé que Román estaba completamente loco. Lo digo por que no encuentro normal que un ser humano hable más de diez horas al día con un caballo. Que lo bañe, duerma con él, coma de su comida, lo peine todo el día, le llame la atención cada vez que considera que comete una falta de respeto a los de su especie, etc. Se lo conté a mi mujer quién dijo que no me preocupe, que la falta de compañía en la vida causa estas situaciones delirantes. Que no me complique, que lo más probable que cuando Román encuentre una pareja o lo visiten sus padres o familiares más cercanos, desviará la atención de los cabellos y realizará actos que la gran mayoría de los seres humanos realiza. No puedo negar que encontré lógica a todo lo que me decía, sino hubiese conocido a Román tanto como lo conozco, hubiese pensado que es un estado pasajero de una persona solitaria. Así es, Román esta completamente sólo, humanamente hablando, por decirlo de alguna forma. Nunca habla de su familia. Creo que no existe para él. Una vez mencionó algo de su padre, que lo introdujo en el mundo de los caballos, pero que era un aficionado, no cómo él, que estaba destinado a vivir con los caballos, era un tipo de predestinación, un llamado divino a cumplir una misión que lo obligaba a entregar todos los minutos de su vida a la crianza de los animales.
Román no iba a fiestas, no conversaba con nadie, no practicaba ningún tipo de deporte y no tenía hogar. Vivía en los establos, no tenía ninguno en particular, se turnaba noche tras noche en la cama de paja de sus hijos con los cuales compartía las veinticuatro horas del día. En muchas ocasiones me sentí como la única persona con la que Román se comunicaba y eso me daba temor. No por lo que él me podría decir, sino, por la responsabilidad de mis palabras. Temía que alguna de mis aventuradas sentencias repercutiese negativamente en las acciones que Román emprendiese con su vida. Es muy complejo ver a una persona que está en el borde de la locura y no poder hacer nada.
En esa dificultad me encontraba cuando mi mujer me menciona que por motivos de trabajo se tiene que ausentar de la ciudad por cinco días. Compleja situación, por que a diferencia de Román, mi personalidad era más extrovertida, pero no para compartir con cualquier persona que encontrase en la calle. Durante los últimos meses, mi mujer era la única persona que era un referente válido para dialogar este problema. Por que aunque suene inverosímil, el noventa por ciento de mis diálogos estaban centrados en el comportamiento de Román y sus caballos. El tema me inquietaba, pero a la vez me atrapaba en una maraña de especulaciones que no me dejaban dormir. Estoy completamente seguro que Román nunca tuvo la intención de heredarme sus dificultades, pero de un mes a la fecha, no podía dejar de pensar en los motivos que tenía para vivir con los caballos. Era mi obsesión. En el trabajo dejaba de comer para averiguar por Internet acerca de la enfermedad que podía tener. Buscaba incesantemente pero no encontraba nada. Durante días fue una tortura, una trampa que me tenía completamente atrapado y consumía gran parte de mis energías diarias. Realmente no era consciente de esta manía que estaba adquiriendo, pero cada vez que llegaba a mi trabajo, bajaba raudamente de mi vehículo, saludaba casi con desprecio a mis compañeros, prendía el botón de mi PC y esperaba ingresar a Internet a encontrar la página mágica que me brindará la información necesaria para reducir mis niveles de angustia acerca de la gran enfermedad mental de Román. Recuerdo que un día no pude ingresar a la red por problemas técnicos y fue un momento de descontrol que hasta el día de hoy se recuerda en mi trabajo. Me desesperé. Observé que en el monitor una página en blanco se plasmaba como un portazo en mi rostro ante mi necesidad de lograr descubrir los motivos de la enfermedad de Román. Sin diagnóstico médico, lo sentencié a una locura terminal. No sé si sería por mis lectura o experticia en películas del género, pero Román no era normal, estaba loco, al igual que muchos de los personajes de las películas que miré cuando niño. Pero era un loco especial. No era agresivo, sino más bien, reflexivo y eso me angustiaba, quizás, si se hubiese ajustado a los parámetros de locura que manejaba a través de mis imágenes mentales, hubiese tenido más herramientas para lograr bajar mis niveles de angustia.
Mi mujer me llamaba todos lo días. Creo que sospechaba al escuchar mi voz que algo me pasaba. Me preguntaba frecuentemente que me sucedía. Si tenía alguna preocupación en el trabajo o se me había acabado el amor. Que ya no era como antes, que no me preocupaba tanto de ella y bla, bla, bla y muchos más blas. Siempre la he amado y la seguiré amándola, ese no era mi problema y lo tenía más que claro.
Nueve de la mañana y la angustia me corroe, no tolero las preguntas de mis compañeros acerca de mi vida. No aguanto más las ordenes de mi jefe. Creo que voy a explotar, sé que las consecuencias pueden ser nefastas para todos. Pienso. Necesito buscar una forma de escapar de este lugar y lograr descubrir el enigma de Román ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Humano o animal? ¿Por qué me inquieta tanto conocer su vida? ¿Tendré alguna desviación? No lo sé. En un momento dudé de mi atracción hacia él. Quizás era un tema sexual, después de tanto años me transformaba en maricón. Rápidamente borré esa idea de la cabeza. Era más bien un tema investigativo, eso creo. Tenía un minuto para hablar con mi jefe y solicitarle permiso sin goce de sueldo para ausentarme de la cuidad por unos días. Obviamente era mentira, pero el pretexto de la madre gravemente enferma siempre funciona. Mi jefe no tuvo ningún problema, al escuchar que era un permiso sin goce de sueldo sumándolo a mi baja productividad, producto de mi angustia, se sintió aliviado de deshacerse de mí.
Emprendí camino al Hipódromo. Se acabó la espera, no me interesa la literatura respecto al tema, ni la opinión de ningún experto, voy a ir a hablar derechamente con Román para aclarar las cosas. Necesito saber que es lo que realmente lo lleva a actuar de esa manera. Necesito que responsa a mis inquietudes, sea como sea, se acabó la tolerancia, esto no se va a quedar así, Román no puede transformar mi vida en un laberinto sin salida. Que se muera junto a sus malditos caballos, tengo que salvarme de la enfermedad de la angustia causada por la inquietud de saber que es lo que le pasa a este extraño ser, que deambula por lo recovecos más siniestros de los actos humanos y es capaz de transformar la apacible vida de una persona, en una sucesión de pesares que lo empujan al precipicio de la razón. El camino es cada vez más corto y la puerta del Hipódromo está cada vez cerca.
Ocho de la tarde y Román no da luz de vida. No puede ser que otra noche más de mi contrariada vida transcurra con la desesperación de descubrir el enigma que rodea a Román. No tolero otra noche de sobresalto. Pesadillas y angustia. Tengo que encontrarlo. Observo establo por establo y no veo al maldito, quizás sabía de mi presencia y optó por refugiarse en los establos más lejanos e inaccesibles al público. Me da lo mismo. Mi tarea es encontrarlo y para allá voy.
En el establo cuarenta y tres, abandonado por su lejanía de la pista de carrera, encuentro a Román acariciando una yegua. Aquí estas maldito, pensé. Era mi oportunidad de decirle todo lo que pensaba y así lo hice. Román infeliz mírame. El gira su rostro, ríe y sigue acariciando la yegua. Deja de hacer eso desgraciado, ella no es una mujer, no abuses de ese animal. En un momento de mi delirio pensé que Román iba a realizar un acto zoofílico y procedí a tomar un rastrillo que se encontraba en el establo y me dirigí directo hacia él. Vas a morir degenerado, me has arruinado la vida. Justo antes de enterrar el rastrillo en su espalda veo como se aferra al cuello de la yegua. En ese instante acontece un hecho que escapa a todo lógica y hace girar en 360 grados mi forma de percibir el fenómeno. El animal me grita “No lo hagas”. Quedé totalmente. Era increíble, la yegua me habló, Román decía la verdad, eran sus hijos y podía comunicarse con ellos. Todo lo que sentí es imposible de narrar sin ser visto como un loco. Sólo pensar eso me bastó para concluir lo que había comenzado y clavar completamente el rastrillo en la espalda del infeliz. Su agonía duró unos minutos mientras la yegua lo observaba y me increpaba de manera violenta. Arranqué. Corrí desesperadamente, con el alivio de saber que no caería en la trampa de la locura de Román. Que era libre y mi vida seguiría un curso de normalidad. Si alguien me pregunta que pasó, les diré que soy el asesino de una persona que trató de robarme la cordura, pero que sólo quedó en el intento.
2 comentarios:
Que increible que algo tan simple pueda llevarnos a los más profundo de la locura, pero así de poderosa es nuestra mente, y lamentablemente, debo decir, a veces este poder juega en nuestra contra.
Esta espectacular tu cuento amor.
Romina
En la mente está todo. Increíblemente es el lugar desde donde contruímos el mundo.
Gracias amor por tu crítica.
Chao
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