¿Qué sentido tiene esto? Esa era su afirmación. Su rostro duro, mirada profunda, fija y desafiante. Los labios se movían a mayor velocidad que las palabras y sus manos confrontaban cualquier intento de encontrar en sus expresiones algún indicio de armonía.
Personalmente, trataba “amablemente” de responder a su inquietud, planteándole; que las construcciones cotidianas de las acciones que se proyectan en la interacción entre personas son los sentidos que impregnan los actos y las palabras. Que eso mismo, en la expresión de las ideas y la concreción de las interacciones comunicativas, es el reflejo de alguna parte de la esencia y sentido de los actos humanos. Ese no era literalmente mi discurso, pero a través del uso de mis palabras, pretendía decir lo que “racionalmente” encontraba más apropiado.
Sentí que el no me escuchaba. Cruel paradoja, por que sus argumentos tenían más sentido que los míos, cargados de justificaciones superfluas, que pretendían mantener un equilibrio en el ambiente, que en algún momento se tenía que romper.
Eran tan fuerte las contradicciones que su agudización era inevitable. Tenía claro que la explosión de la verdad posterior al debate visceral, tenía que mostrarnos la luz de lo que realmente pensamos uno del otro. No eramos sólo dos, los otros observaban desde las cornisas del morbo o el temo. Pero el entorno me era irrelevante, la lucha que era en un momento con otro la empecé a dar conmigo, con mis ideas, diálogos internos y consecuencia en el actuar.
Obviamente el equilibrio primó. Las contradicciones fueron atenuadas por el consenso y las mentiras. Mi tarea se llevaba a cabo a un costo menor del que pensaba. Volvía a contrariarme y a pensar que las dificultades del traspaso de los diálogos internos a la intercomunicación se daban por mi inconsecuencia entre el pensar, hacer, decir, sentir y desear.
Temí que el momento en el que lo más profundo de nuestra esencia diera pié para que comenzara a aflorar una sincera dinámica relacional que nos permitiese ver tal como somos. Pero ese ideal se subordina a las palabras y las consecuencias que acarrean de volver a hacer lo “apropiado”. Esa maldita costumbre de hacer lo correcto. Ese fin superior que hace que haga lo que me piden por que es lo correcto.
La explosión era necesaria, pero mi deber era hacer lo que tenía que hacer, por que así me lo habían dicho. Nunca hice lo que pensaba y menos lo que sentía, mantuve la tranquilidad que me atrapo y privó de la necesidad de expresar lo que realmente creía. Es frustrante y autodestructivo, pero era oportuno. ¿Será apropiado privarse de la necesidad de expresar literalmente lo que soy? ¿Será pertinente creer que los diálogos sin filtros permitirán romper el mundo de las insinuaciones y los dobles estándar? No lo sé.
Al preguntarme por el sentido de lo que tenía que hacer, sentí que me pedía ayuda, que era un grito de auxilio desesperado. Una búsqueda de un sentido a su vida, a lo que hace, como vive, como siente, como se construye y reconstruye. De alguna manera es un vómito, desde el que expele lo más profundo de su esencia y expone su vulnerabilidad oculta en una coraza de dureza.
No tengo pena ni lastima, menos compasión. Sí el deseo de creer en la transparencia de su acción, que frente a los pares quedó graficada en una pachotada de legitimación catártica grupal. De un posicionamiento de los deseos frustrados de muchos, que no tienen la posibilidad de liderar discurso que transparentan sus emociones. Esa incapacidad de no utilizar ese segundo que nos separa entre lo que deseamos y necesitamos decir. Muchas explicaciones para algo tan simple. ¿Cuántos somos a la vez? ¿Somos múltiples? ¿Dónde se libra la batalla? ¿El lenguaje es la quinta o sexta fase de la expresión de nuestra conexión con las expresiones primarias comunicativas que se albergan en nuestro interior? Dudo de lo expresado, también de lo significado. Desconfío de las realidad impuestas y autoimpuestas, más aún, de las propias realidades, que son autoconvencimientos baratos que justifican nuestras acciones, por que alguien alguna vez nos impuso que eran las apropiadas. Creo en el espejo que me permite ver más allá de la piel y que sólo se anida en mi pensamiento, oculto a los demás e incluso a mi capacidad de expresar en el lenguaje.
Nos hacemos y somos en el lenguaje, pero nos construimos mucho antes, en etapas que son las capas primigenias que nos delatan nuestro verdadero ser, que se enclaustra en nuestra conciencia y aflora en nuestros diálogos internos, que desarrollamos cuando caminamos por calles solitarias, en un trance onírico que nos hace perder la noción del tiempo y el espacio (si es que existen) y nos permiten reencontrarnos con el ser que está detrás de las expresiones que nos legitiman con nuestro pares.
Si alguna vez trasladásemos aquellos dialogo internos y los interconectaramos con otros diálogos de las mismas características, podríamos confiar y lograr algunos estados de convivencia que escapan a cualquier regla normativa de comportamiento legal, ético y moral.
Esa tarea está más allá de la mesiánica voluntad de este humilde servidor. Desprotegido de todo reconocimiento masivo. Odiado-querido, admirado y subestimado. Pero que desde el espacio que entrega la realidad “virtual” (más real que lo que se concibe como realidad) genera algunos ambitos de conexión entre el diálogo interno y su expresión escrita, obviamente oculto en la cobardía de lo expresado en un papel.
En torno a la respuesta de la pregunta inicial: “Si el sentido de mi vida navega en las vertiginosas aguas de un océano enfurecido, menos podría guiar un barco con rumbo incierto” Mucha pega para tan mal maestro.
Personalmente, trataba “amablemente” de responder a su inquietud, planteándole; que las construcciones cotidianas de las acciones que se proyectan en la interacción entre personas son los sentidos que impregnan los actos y las palabras. Que eso mismo, en la expresión de las ideas y la concreción de las interacciones comunicativas, es el reflejo de alguna parte de la esencia y sentido de los actos humanos. Ese no era literalmente mi discurso, pero a través del uso de mis palabras, pretendía decir lo que “racionalmente” encontraba más apropiado.
Sentí que el no me escuchaba. Cruel paradoja, por que sus argumentos tenían más sentido que los míos, cargados de justificaciones superfluas, que pretendían mantener un equilibrio en el ambiente, que en algún momento se tenía que romper.
Eran tan fuerte las contradicciones que su agudización era inevitable. Tenía claro que la explosión de la verdad posterior al debate visceral, tenía que mostrarnos la luz de lo que realmente pensamos uno del otro. No eramos sólo dos, los otros observaban desde las cornisas del morbo o el temo. Pero el entorno me era irrelevante, la lucha que era en un momento con otro la empecé a dar conmigo, con mis ideas, diálogos internos y consecuencia en el actuar.
Obviamente el equilibrio primó. Las contradicciones fueron atenuadas por el consenso y las mentiras. Mi tarea se llevaba a cabo a un costo menor del que pensaba. Volvía a contrariarme y a pensar que las dificultades del traspaso de los diálogos internos a la intercomunicación se daban por mi inconsecuencia entre el pensar, hacer, decir, sentir y desear.
Temí que el momento en el que lo más profundo de nuestra esencia diera pié para que comenzara a aflorar una sincera dinámica relacional que nos permitiese ver tal como somos. Pero ese ideal se subordina a las palabras y las consecuencias que acarrean de volver a hacer lo “apropiado”. Esa maldita costumbre de hacer lo correcto. Ese fin superior que hace que haga lo que me piden por que es lo correcto.
La explosión era necesaria, pero mi deber era hacer lo que tenía que hacer, por que así me lo habían dicho. Nunca hice lo que pensaba y menos lo que sentía, mantuve la tranquilidad que me atrapo y privó de la necesidad de expresar lo que realmente creía. Es frustrante y autodestructivo, pero era oportuno. ¿Será apropiado privarse de la necesidad de expresar literalmente lo que soy? ¿Será pertinente creer que los diálogos sin filtros permitirán romper el mundo de las insinuaciones y los dobles estándar? No lo sé.
Al preguntarme por el sentido de lo que tenía que hacer, sentí que me pedía ayuda, que era un grito de auxilio desesperado. Una búsqueda de un sentido a su vida, a lo que hace, como vive, como siente, como se construye y reconstruye. De alguna manera es un vómito, desde el que expele lo más profundo de su esencia y expone su vulnerabilidad oculta en una coraza de dureza.
No tengo pena ni lastima, menos compasión. Sí el deseo de creer en la transparencia de su acción, que frente a los pares quedó graficada en una pachotada de legitimación catártica grupal. De un posicionamiento de los deseos frustrados de muchos, que no tienen la posibilidad de liderar discurso que transparentan sus emociones. Esa incapacidad de no utilizar ese segundo que nos separa entre lo que deseamos y necesitamos decir. Muchas explicaciones para algo tan simple. ¿Cuántos somos a la vez? ¿Somos múltiples? ¿Dónde se libra la batalla? ¿El lenguaje es la quinta o sexta fase de la expresión de nuestra conexión con las expresiones primarias comunicativas que se albergan en nuestro interior? Dudo de lo expresado, también de lo significado. Desconfío de las realidad impuestas y autoimpuestas, más aún, de las propias realidades, que son autoconvencimientos baratos que justifican nuestras acciones, por que alguien alguna vez nos impuso que eran las apropiadas. Creo en el espejo que me permite ver más allá de la piel y que sólo se anida en mi pensamiento, oculto a los demás e incluso a mi capacidad de expresar en el lenguaje.
Nos hacemos y somos en el lenguaje, pero nos construimos mucho antes, en etapas que son las capas primigenias que nos delatan nuestro verdadero ser, que se enclaustra en nuestra conciencia y aflora en nuestros diálogos internos, que desarrollamos cuando caminamos por calles solitarias, en un trance onírico que nos hace perder la noción del tiempo y el espacio (si es que existen) y nos permiten reencontrarnos con el ser que está detrás de las expresiones que nos legitiman con nuestro pares.
Si alguna vez trasladásemos aquellos dialogo internos y los interconectaramos con otros diálogos de las mismas características, podríamos confiar y lograr algunos estados de convivencia que escapan a cualquier regla normativa de comportamiento legal, ético y moral.
Esa tarea está más allá de la mesiánica voluntad de este humilde servidor. Desprotegido de todo reconocimiento masivo. Odiado-querido, admirado y subestimado. Pero que desde el espacio que entrega la realidad “virtual” (más real que lo que se concibe como realidad) genera algunos ambitos de conexión entre el diálogo interno y su expresión escrita, obviamente oculto en la cobardía de lo expresado en un papel.
En torno a la respuesta de la pregunta inicial: “Si el sentido de mi vida navega en las vertiginosas aguas de un océano enfurecido, menos podría guiar un barco con rumbo incierto” Mucha pega para tan mal maestro.
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