Un ignorante funcional no escapa de la necesidad de expresar su sentir frente a aquellas personas que considera confiables. La necesidad de expresión de las emociones transforma al ignorante funcional en un tipo bastante vulnerable frente a la posibilidad de que sea descubierto en su rol que desarrolla en la trama de interacciones comunicativas en las que se desenvuelve. Ese es el riesgo. Confiar es gratuito, pero a al vez puede ser muy costoso.
Cuando un ignorante funcional confía, de alguna manera, flaquea ante la humana necesidad de blanquear su identidad. Muy diferente es ser un ignorante funcional que un engrupido funcional. Este ser se autoengaña. Se cree el cuento. Se ajusta a las necesidades de la empresa pero continúa cumpliendo su rol independientemente el espacio en el cual se articula. Es la patética expresión de la chanta que chamulla en cualquier escenario donde tenga que expresar una opinión. Es un mentiroso profesional, el problema más grave es que se miente a sí mismo y esto lo transforma en un objeto de estudio para una investigación del nuevo prototipo del vendedor de pomada del siglo XXI, hijo de la globalización y de la sociedad de mercado. En otra ocasión profundizaré el análisis de tan pintoresco personaje.
Ser ignorante funcional no es fácil, es un ejercicio duro, que trae consigo mucha fuerza de voluntad, además de la imposibilidad de generar espacios de incertidumbre en sus relaciones con los que comparte. Tiene que construirse y reconstruirse en el cultivo de la voluntad, en la desapropiación de toda verdad y adopción de una postura que posibilita ver lo que otros quieren ver. En el fondo un camaleón. Un ilusionista, un ser que domina y controla, desde una profunda observación y delicada interacción, la dinámica comunicativa. No es maquiavélico, pero lo parece. No es irónico pero utiliza el recurso. Al fin y al cabo es un ser bastante común pero poco corriente.
Como toda existencia tiene sus paradojas y contradicciones vitales, estas se fundan en su incapacidad de expresar lo que realmente siente y lo que alguna vez pensó. Esto no significa que no existan momentos de debilidades, donde intentan comunicarse desde sus más primarias ideas y expresiones afectivas, desde sus deseos e historias pasadas. Esa paradoja no los frustra, pero lo mantiene en la superflua relación formal con sus pares, que le impide en muchas ocasiones obtener la información necesaria para ajustar funcionalmente a situaciones nuevas e inesperadas.
La conexión con su diálogo interno es recurrente, pero bloqueada por el ejercicio de sobrevivencia en el personaje, que cada día le exigen una renovación y reconstrucción. Todos los ejercicios de adaptación a su medio son parcialmente reales y eso definitivamente lo contrarían pero no lo desaniman, por que más temprano que tarde caminará por las grandes alamedas de las comunicaciones triviales donde realizará su ejercicio cotidiano de ignorar muchas cosas para ajustarse a otras que necesariamente le son útiles.
Cuidado, nadie ha dicho que el ignorante funcional es complemente felíz, pero tampoco es triste y amargado.
Cuando un ignorante funcional confía, de alguna manera, flaquea ante la humana necesidad de blanquear su identidad. Muy diferente es ser un ignorante funcional que un engrupido funcional. Este ser se autoengaña. Se cree el cuento. Se ajusta a las necesidades de la empresa pero continúa cumpliendo su rol independientemente el espacio en el cual se articula. Es la patética expresión de la chanta que chamulla en cualquier escenario donde tenga que expresar una opinión. Es un mentiroso profesional, el problema más grave es que se miente a sí mismo y esto lo transforma en un objeto de estudio para una investigación del nuevo prototipo del vendedor de pomada del siglo XXI, hijo de la globalización y de la sociedad de mercado. En otra ocasión profundizaré el análisis de tan pintoresco personaje.
Ser ignorante funcional no es fácil, es un ejercicio duro, que trae consigo mucha fuerza de voluntad, además de la imposibilidad de generar espacios de incertidumbre en sus relaciones con los que comparte. Tiene que construirse y reconstruirse en el cultivo de la voluntad, en la desapropiación de toda verdad y adopción de una postura que posibilita ver lo que otros quieren ver. En el fondo un camaleón. Un ilusionista, un ser que domina y controla, desde una profunda observación y delicada interacción, la dinámica comunicativa. No es maquiavélico, pero lo parece. No es irónico pero utiliza el recurso. Al fin y al cabo es un ser bastante común pero poco corriente.
Como toda existencia tiene sus paradojas y contradicciones vitales, estas se fundan en su incapacidad de expresar lo que realmente siente y lo que alguna vez pensó. Esto no significa que no existan momentos de debilidades, donde intentan comunicarse desde sus más primarias ideas y expresiones afectivas, desde sus deseos e historias pasadas. Esa paradoja no los frustra, pero lo mantiene en la superflua relación formal con sus pares, que le impide en muchas ocasiones obtener la información necesaria para ajustar funcionalmente a situaciones nuevas e inesperadas.
La conexión con su diálogo interno es recurrente, pero bloqueada por el ejercicio de sobrevivencia en el personaje, que cada día le exigen una renovación y reconstrucción. Todos los ejercicios de adaptación a su medio son parcialmente reales y eso definitivamente lo contrarían pero no lo desaniman, por que más temprano que tarde caminará por las grandes alamedas de las comunicaciones triviales donde realizará su ejercicio cotidiano de ignorar muchas cosas para ajustarse a otras que necesariamente le son útiles.
Cuidado, nadie ha dicho que el ignorante funcional es complemente felíz, pero tampoco es triste y amargado.
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