Estaba en primera fila observando ese tipo alto, delgado con barba y cabello medianamente largo. Estaba solo en la mesa y su mirada se perdía en los instrumentos de la banda que improvisaba tenues melodías de jazz junto a Charlie. Su ropa era apropiada para demostrar su descontento al mundo, vestía una camisa negra fuera del pantalón, un caquetón largo y pantalones de paño negro. Destacaba una medalla en su pecho que más que impresionar por el valor adquisito, deslumbraba por el brillo que emitía con las luces que giraban constantemente simulando transformar el espacio en un centro de diversión de mala muerte.
Siempre creí que el me observaba y en ocasiones temí que se parase y me dijese que le molestaba mi presencia, que un tipo como yo no era bienvenido en este lugar, que este bar era para aquellos que han dejado algo importante de su vida en el pasado y lloran sus penas en el alcohol, las peleas y la música de Charlie. Lo sentí, fuí capaz de leer ese pensamiento, aunque realmente no era temor sino que incertidumbre.
Mi sentido común me decia que me vaya del lugar, aunque algo más fuerte me retenía en ese antro de los avernos, no podía escapar al placer, esa era la sensación que me mantenía inmovil en primera fila obnubilado acariciando con mis sentidos cada nota, melodía, compas o como quieran llamarlo de la música de Parker. Sentí que me trasladaba a los orígenes humildes de la música negra, miré a mi alrededor y creí estar en una comunidad de transplantados admiradores de las melodías celestiales del maestro. A pesar de ser tan diferente con aquel hombre que me observaba en un rincón siento que algo nos unia e impedía que se levante de su silla y me expulse del local, esto era su admiración por la música que traspasaba nuestro sentidos.
No es lo mismo estar en un bar escuchando música que estar en un bar escuchando y observando a Charlie Parker, ese es un buen motivo para permanecer en este lugar. El trago es malo, el espacio es fétido, la compañía más próxima amenazante, pero la música es increible.
Luego de veinte minutos de extasis observo hacia el rincón para encontrar al hombre que me amenazaba con sus pensamientos, no lo veo, la mesa no está vacia, en ella se encuentran discutiendo una pareja, creo que es por dinero, la música de Parker quizás no sea su interés, pero es la banda sonora de su disputa. Tengo ganas de avergiuar de que discuten, pero no me puedo parar de mi silla, trato pero me es imposible. Quizás si estuviese vivo lo podría hacer, pero lamentablemente para esa pareja que necesitaba un mediador, mi presencia en ese mundo en el cual Charlie Parker era un ídolo, no es real, sólo soy un proyección de mi imaginación, invisibles para quienes permanecen en ese bar de los 50 en Estados Unidos contemplando y deleitándose de la música de Charlie. No soy visible para algunos, pero se que Charlie me percibe, por que cada vez que termina un tema me cierra un ojo como diciéndome este tema es para todos aquellos que creen que dejarse llevar por la música es el traslado más placentero del espíritu humano.
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