No existe nada más dañino que no querer ver y esa premisa se traslada a cualquier tipo de ámbito, oir no necesariamente es escuchar, mirar no es ver ni menos obervar, la diferencia la encotramos en la profundidad del ejericicio como en el interés de utilidad y profundidad reflexiva que conferimos a estos propósitos.
Todo este preludio mediático es necesario para reflexionar en torno a las afirmaciones del iconoclasta laucha, quién desde su trinchera intelectual (muy loable y resptable) emitió dos axiomas que me quedaron dando vuelta y que en el fragor de la caminata desde mi lugar de trabajo al colectivo, me permitieron encontrarle el sentido necesario que me impulsó a escribir estas diatrabas.
El que la vida es una ficción y que el absuro es una eficiente forma de estar en el mundo cobran un profundo sentido en este momento debido a la deconstrucción personal que soy capaz de generar luego de darle vuelta a estas afirmaciones durante días.
Es interesante repensar el sentido que tiene desapegarse de la formalidad y homogeneización impuesta por las normas y relaciones sociales cotidiana y empezar a enfocar la intervención desde otro prisma. Provocar con la ironía, reirse de lo obvio en el absurdo, exagerar el accionar frente a lo que no quiero hacer como forma de demostrar que no lo hago por lo sinsentido y absurdo que lo encuentro, es una estrategía muy provechosa, ese juego de hacer creer a la gente que su propuesta es transcente, aunque sea una mierda, y exagerarla hasta el absurdo es un placer casi orgámismo que traslada la sensación de maldad infantil a la búsqueda de experiencias nuevas donde radicalizar esa forma de expresión.
El absurdo lo aguanta todo y la construcción de mis historia en mi ficción me permiten buscar y rebuscar mis sentidos en mis narraciones que cómo proyecciones, en muchas casos funcionales, que se rearticulan con la capacidad discentiva o consensual de establecer coordinaciones conductuales generan la posibilidad de rebeldía desde la perspectiva de la inteligencia no convencional.
Me resisto a la convención de hacer por hacer y como me aburrí de pelear prentendo y estoy logrando lo mismo pero de otra forma.
El absurdo se vé inofensivo pero es manipulador y nuestra ficción legitima y transparenta nuestro ser y hacer y más aún nos desliga de toda justificación funcional a lo establecido y nos devela en la honradez de la búsqueda permanente, dinámica y recursiva de nuestra identidad. O sea y en el fondo, todo es un problema de identidad.
2 comentarios:
Lo invito a leer dos libros de Varela, que son los que me introdujeron al pensamiento "orientalizado". Uno es "De cuerpo presente" (titulo original: "the embodied mind") en el cual se establecen miles de paralelismos entre las ciencias cognitivas, los problemas de la filosofía occidental, la fenomenología de Merlau Ponty y el pensamiento budista. El otro libro es "Un puente para dos miradas", que es budismo puro, a pesar de lo que dice el título.
En base a lo que me hicieron reflexionar estos libros (algo que hace tiempo no me pasaba con semejante intensidad), puedo decir que, en efecto, es un problema de identidad. Pero el problema de identidad es fruto de otro problema más profundo, que es el apego. El apego a ficciones (tambien traducidas como "ilusiones") conduce al sufrimiento, puesto que nos impide el experimentar plenamente y nos lleva a pensar y actuar de manera condicionada. Una de esas ficciones, la más grande, es el yo, según el budismo. El yo no existe, es la expresión múltipolar/emergente/sinérgica de disntos elementos (idea parecida a la de Hume), pero en nuestras miradas a nuestra historia personal es inevitable apegarse a un yo detrás de todas esas percepciones.
La razón, entonces, por la cual me gusta el absurdo, es que todo es absurdo. Nuestras relaciones no tienen sentido, son solo coordinaciones conductuales, mantención de correlaciones internas a nivel de segundo orden. Y el ser común y corriente se deja llevar por aquellas correlaciones condicionadas, por llamarlas de algun modo. Y eso es estúpido, ya que somo seres que emergen en lo social. El absurdo que planteo debería llamrase "absurdo explícito", en contraposión al absurdo cotidiano, que es implícito y cínico, y que falla cuando se trata de construir algo complejo o distinto de la norma. Norma que surge como tal producto de nuestra flojera creativa en lo que se refiere a socialización.
de todas formas, no sy tan radical en mi aplicación cotidiana del absurdo.
Puedo citar, de hecho, una tercera aplicación funcional y maquiavélica del absurdo artístico-esteticista que debe tratarse con cuidado: levantar minas.
Lo último es un límite muy leve entre el absurdo-la manipulación retórica y la manipulación. Este desapego al yo lo asocio a las ansias de libertad del ser humano de ser uno diferente cada día, de creer en los sueños y la esperanza de los cambios que nacen en uno mismo, quizás sea el "equilibrio espiritual" de Fredy Turbina, aunque necesariamente es disfuncional con la coordinación social establecido como operación comunicacional en la cual nos desarrollamos en la actualidad, llena de caracteres superfluos centrados en el tener y donde el cuestionamiento del ser o del hacer quedan en el plano de lo innecesario. La trampita del sistema es evadir del cuestionamiento vital, no del cuestionamiento político, no de la asociación de ideas, es el cuestionamiento vital y la búsqueda de la libertad y el equilibrio la que atenta contra las bases de la homogeneización. Por lo tanto, me aclara bastante la categorización de los niveles del absurdo, aunque me complican los niveles del explicitación social del mismo, ser radical o conservación en su expresión es un ejercicio individual pero creo que es necesario llegar a niveles de acuerdo para crear consciencia colectiva.
Muy interesante esta búsqueda y trataré de leer a Varela en esa faceta.
Publicar un comentario