La unicausalidad y la inocencia pretenden apropiarse del slogan de que la formación integral de la persona es una tarea de la escuela. Antes que todo, la categoría de formación integral es completamente debatible en función del traslado de concepciones ética-morales de un grupo o una persona que lee el mundo tratando de trasladar a una institución sus propias concepciones ético-morales y expectativas, desconociendo completamente la diversidad y heterogeinedad constituyente de las visiones y expectativas de los actores que se interrelacionan en la escuela.
Por otro lado, la pretensión de generar un determinismo entre la relación escuela (discursos morales) y formación de los estudiantes, genera el peligroso ejercicio de evasión de responsabilidades sociales de los otros actores que impactan de manera más directa en la lectura del mundo que poseen nuestro jóvenes y adolescentes. Pretender excluir a los medios de comunicación, la familia, las lógicas del mercado y el grupo de pares, en las expectativas, proyecciones y actuación de las personas en sociedad, es tratar de tapar el sol con un dedo. Más de alguno de los estudiantes con los cuales me relaciono cotidianamente, cuando le pregunto en tercero o cuarto medio, que quiere estudiar, me menciona alguna carrera que me dé plata. Pero no por la anticuada seguridad de la vida futura (concepto de los ochenta) sino más bien por la capacidad de consumo y necesidad de reconocimiento social. En esta realidad, obviamente, la escuela juega un papel importantísimo en generar los espacios de diálogo y reflexión en torno al mundo que creemos o pretendemos vivir, pero ese diálogo debe ser un proyecto conciente, consensuado, planificado y dialogado. En el que no se impongan las visiones morales y éticas de algunos, sino, que permita la reflexión en torno a la importancia de la convivencia en la diferencia y la construcción de un mundo en el cual la cooperación esté por sobre la competencia.
Por otro lado, la pretensión de generar un determinismo entre la relación escuela (discursos morales) y formación de los estudiantes, genera el peligroso ejercicio de evasión de responsabilidades sociales de los otros actores que impactan de manera más directa en la lectura del mundo que poseen nuestro jóvenes y adolescentes. Pretender excluir a los medios de comunicación, la familia, las lógicas del mercado y el grupo de pares, en las expectativas, proyecciones y actuación de las personas en sociedad, es tratar de tapar el sol con un dedo. Más de alguno de los estudiantes con los cuales me relaciono cotidianamente, cuando le pregunto en tercero o cuarto medio, que quiere estudiar, me menciona alguna carrera que me dé plata. Pero no por la anticuada seguridad de la vida futura (concepto de los ochenta) sino más bien por la capacidad de consumo y necesidad de reconocimiento social. En esta realidad, obviamente, la escuela juega un papel importantísimo en generar los espacios de diálogo y reflexión en torno al mundo que creemos o pretendemos vivir, pero ese diálogo debe ser un proyecto conciente, consensuado, planificado y dialogado. En el que no se impongan las visiones morales y éticas de algunos, sino, que permita la reflexión en torno a la importancia de la convivencia en la diferencia y la construcción de un mundo en el cual la cooperación esté por sobre la competencia.
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