Siempre parto del principio de la buena fe cuando me relaciono con otro, o mejor dicho, con el otro reconstruido en una relación de interacciones interpretativas cargada de simbolismos y significados. Lamentablemente este principio no es más que una reducción necesaria para tratar de comprender las conductas de otro, que supuestamente entiende algo meridianamente cercano a lo concebido como buena fe. Uno de los elementos centrales desde los cuales se cimenta la buena fe, es la confianza en la palabra y compromiso que se asume entre dos o más. Cuando estos compromisos, que son solamente acuerdos ficticios (¿como todo?), no es ejecutado por el otro (o por mí), entramos a la ruptura del principio de la buena fe, se rompe la confianza e impera el temor, o sea, queda la cagada.
En conclusión, el principio de la buena fe es un eje fundamental de las relaciones humanas, pero se construye desde la confianza inicial de que el otro se compromete a realizar lo que en algún momento dijo que haría, de lo contrario, estamos jodidos.
En conclusión, el principio de la buena fe es un eje fundamental de las relaciones humanas, pero se construye desde la confianza inicial de que el otro se compromete a realizar lo que en algún momento dijo que haría, de lo contrario, estamos jodidos.
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