Es particular la forma en que enfrentamos las situaciones que consideramos problemas, cuando reaccionamos en el instante sin generar una toma de distancia oportuna. Ahora bien, ¿En que consiste este fenómeno? Su génesis lo asocio a la cibernética de segundo grado, consistente en la observación de la observación que realizamos de nuestra vinculación con la “realidad” y las relaciones comunicacionales que establecemos con esta. Directamente relacionada la capacidad reflexiva de nuestras acciones. Que nos sitúa en una posición de evaluador, de los que y porque de mis coordinaciones y acciones vinculares con otras comunicaciones (personas). Cómo está claro que este ejercicio no es simple, la capacidad inherente que tenemos de observarnos, queda relegada a una incapacidad efectiva de toma de distancia necesaria para generar una línea discursiva, acompañada de manifestaciones gestuales, que nos permita manifestar lo que realmente necesitamos expresar o decir y no las palabras o expresiones corporales, que nos transformen en prisioneros de nuestros propios dichos.
La toma de distancia, se transforma en un ejercicio de alejamiento temporal y emocional necesarios, para lograr las comunicaciones efectivas y coherentes entre lo que deseo y necesito expresar.
Los tiempos reflexivos para la elaboración comunicativa, no están previamente diseñados, ni poseen una frecuencia constante para la misma persona. En ocasiones responden (y en la mayoría) a estados emocionales del momento. Pero siempre es necesario tener en cuenta, cuando y qué decir, relacionándolo con los más importante, cuanto aire debo tomar para pensar lo que quiero comunicar, que digo y cómo eso genera el efecto que deseo y no el contrario. Ese ese sentido, la toma de distancia, debería permitirme alejarme de mis pasiones e impulsos básicos y lograr comunicarme con una claridad suficiente de acuerdo a las situaciones de contexto y a lo que pretendo comunicar, que indistintamente de la situación, no deja de ser un acto emocional, pero ojalá, con un impacto regulado por los efectos que mi comunicación puede acarrear y las consecuencias en el otro y en las futuras coordinaciones comunicacionales y por ende, humanas.
La toma de distancia, se transforma en un ejercicio de alejamiento temporal y emocional necesarios, para lograr las comunicaciones efectivas y coherentes entre lo que deseo y necesito expresar.
Los tiempos reflexivos para la elaboración comunicativa, no están previamente diseñados, ni poseen una frecuencia constante para la misma persona. En ocasiones responden (y en la mayoría) a estados emocionales del momento. Pero siempre es necesario tener en cuenta, cuando y qué decir, relacionándolo con los más importante, cuanto aire debo tomar para pensar lo que quiero comunicar, que digo y cómo eso genera el efecto que deseo y no el contrario. Ese ese sentido, la toma de distancia, debería permitirme alejarme de mis pasiones e impulsos básicos y lograr comunicarme con una claridad suficiente de acuerdo a las situaciones de contexto y a lo que pretendo comunicar, que indistintamente de la situación, no deja de ser un acto emocional, pero ojalá, con un impacto regulado por los efectos que mi comunicación puede acarrear y las consecuencias en el otro y en las futuras coordinaciones comunicacionales y por ende, humanas.
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