sábado, marzo 22, 2008

Tiempo

X era una persona tranquila, lo percibía como un individuo desestresado, más bien, diría uno de esos tipos que inspiran paz cuando tienes la oportunidad de dialogar sin más prisas que el tiempo que cada uno entrega al otro. Si tendría que establecer una jerarquía de la gente que me intriga, podría decir que estaría en un lugar ultra secundario, no por su intrascendencia, sino más bien, por su incapacidad de generar espacios de intercambio de ideas que permitan lograr una conversación que vaya más allá de las típicas preguntas de buena crianza.
Una tarde cuando el calor no era el compañero agradable que entrega la energía vital para movilizarse de la cama, sólo y aburrido sin una persona interesante para conversar, tuve la idea de llamar a X, fue un impulso inexplicable, quizás motivado por mi aburrimiento o por la necesidad de develar el misterio de este personaje.
No tuve que caminar mucho para llegar a su hogar, vivía a dos cuadras de mi casa. No lo llamé a su celular, debido a que estaba completamente seguro de que se encontraba en su hogar, su inexistente vida social me entregaba la absoluta certeza que su nicho hogareño era su único espacio de movilidad.
Tres de la tarde con veinte minutos, con sólo una polera de manga corta, un par de zapatillas y un pantalón corto, me apresto a caminar las dos cuadras que me separan de su hogar, el viaje no tuvo nada de anormal, más bien diría que fue intrascendentemente normal. Confieso que nunca había ingresado a la casa de X, sólo sabía de su dirección por una lista en la que registraba todos los teléfonos y direcciones de la gente que conocía. Me imaginaba su casa pequeña, sin mucha decoración, más bien sobria, con una sala de estar con un living de cuero, unos cuadros de paisajes nórdicos y un comedor clásico, barnizado con unas sillas del mismo color.
Seis minutos exactamente tardé en llegar a la puerta de su hogar. Golpeo dos veces, nadie me abre, solo escucho una voz que me dice que ingrese por la puerta de atrás, eso hago. Me imagino que se encuentra en el baño, en fin, da lo mismo. El primer lugar con el que me encuentro es la cocina, nada de especial, mucha loza sucia, algo desordenada, espacio típico de un soltero. Si tengo que confesar algo, es la sorpresa que me causa su sala de estar. Definitivamente no tenía el living ni el comedor que me imaginaba. Era un espacio pequeño con una gran mesa redonda, que en algún momento fue de color café, pero que con el paso del tiempo poco conservaba de su color original. Un equipo musical antiguo, un computador con su respectivo monitor y nada más.
Más extraño me pareció este personaje al ver como vivía. Lo más raro que encontré en su hogar fue que su mesa esta completamente llena de papeles, situación que me llamó particularmente la atención. En un momento pensé que era un poeta que se dedicaba pacientemente a observarnos y plasmaba en los papeles sus impresiones de nuestras aburridas vidas, en ese caso, los aburridos éramos nosotros y el era reconstructor de nuestras existencias. También creí que era un contador obsesionado por llegar a cuadrar las cuentas de algún mafioso que necesitaba lavar dinero que le permitiese justificar sus posesiones materiales que adquirió extrañamente durante el último año. Debo confesar que la curiosidad estaba sobrepasando todas las normas de prudencia de no involucrarse en la vida privada de los otros.
Un minuto sólo pude soportar frente a esa mesa cubierta de papeles. Mi curiosidad venció a la prudencia. Lentamente me acerqué a las más de cincuenta hojas de cuaderno que cubrían la mesa, unas desperdigadas sobre las otras. Antes de coger una de ellas, le pregunté si tardaría mucho en llegar a la sala de estar, me contestó que unos cinco minutos, perfecto, tiempo suficiente para indagar que contenían esas hojas.
Sólo dos segundos de incertidumbre y muchos minutos de dudas fueron los que se apoderaron de mis pensamientos. Cada hoja tenía escrito los nombres de cada una de las personas con las cuales tenía cercanía. Logré observar el nombre de mi Mujer, mi hijo, mi madre, mis amigos más cercanos, compañeros de trabajo, enemigos, etc. Todas aquellas personas con las cuales intercambio frecuentemente algún diálogo durante la semana, no estaban los nombres de personas con las cuales compartí en el pasado, no figuraban mis amigos de la infancia, ni las parejas con las cuales compartí alguna relación amorosa, sólo nombre de personas con las cuales interactúo actualmente. Más que confusión, lo que me embargó fue temor, estaba completamente asustado, me imaginé que era un psicópata y que hoy sería victima de mi muerte a la cual llegué voluntariamente. Pensé en escapar, pero creí que eso era parte del plan, quizás ese era su objetivo, verme correr para dispararme por la espalda. Estaba completamente inmovilizado, sólo tenía la opción de persuadirlo que no soy una mala persona, que mis errores son producto de mi ímpetu y que si tengo que cambiar cosas, no tenga duda que lo haré. La construcción de esa certeza me tranquilizó, aunque obviamente era una forma de ocultar el pánico que me invadía completamente.
Durante diez segundo cerré los ojos y pensé en saltar por la ventana, pero no lo hice, me acerqué nuevamente a la mesa a observar los papeles y descubrí otra cosa, no sólo nombres tenían las hojas, sino también número, que correspondían al tiempo que destinaba a hablar con cada una de las personas con las cuales interactuaba cotidianamente. La primera hoja que veo, tiene el nombre de Andrés, un amigo con el que una vez a la semana vamos a jugar fútbol. Una hora treinta minutos dice bajo su nombre y efectivamente ese era el tiempo que compartía con él durante la semana. Todas las hojas decían lo mismo, con nombre y horas diferentes. Durante mucho tiempo X se dedicó a espiarme y a anotar en una hoja el tiempo que dedicaba a compartir con las persona. ¿Impresionante? Me dice, ingresando lentamente a la sala donde me encontraba leyendo las hojas. Así es, pero no me explico por que lo haces. ¿Por qué lo crees? Me responde. No tengo la menor idea. No te das cuenta lo egoísta que eres, lo incapaz de ponerte en el lugar del otro, lo práctico e insensible ante los tiempo de los otros, no tienes la capacidad pensar que la gente no solamente existe para ti el tiempo que la necesitas, que muchos, como yo, necesitamos tiempo para compartir contigo, pero tu obsesión por lograr satisfacer tus necesidades de placeres egoístas te impiden ver a las necesidades temporales de los otros. No crees que Andrés se merece más de noventa minutos por semana, no te das cuenta que el juega contigo por que te considera un amigo.
Muchas cosas se me vinieron a la mente. Pensé en golpearlo y también en golpearme, me sentí flotando en los recuerdos de los momentos que comparto con la gente que estaba en las hojas. Pero también me sentí pasado a llevar, invadido en mí intimidad y la rabia se apoderó de mis actos, una sensación de ira recorrió mis venas y sentí que mis manos se hinchaban y necesitaba golpear a este infeliz que gastó parte de su vida espiándome. Sin más preludios lo comencé a golpear tan fuerte que no tardó más de dos minutos en perder la vida, cada golpe que daba, era una forma de evadir mi verdadero pecado, que era la incapacidad de cambiar y reemplazar mi egoísmo por asumir algo que nunca cuestioné, que era el tiempo que le doy a la gente. ¿Cuántos vigías tendremos que nos espían y llenan hojas con el tiempo que le dedicamos a las personas sin preocuparnos del tiempo que los otros quieren estar con nosotros?
Tres de la tarde con cincuenta y ocho minutos. El sol sigue tan fuerte como hace una hora. Tengo que juntarme con Andrés, hora de jugar fútbol. Tengo prisa, nuestro partido es a las cuatro y medio, lo más probable que a las seis esté en mi casa. Tiempo para la familia.

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