sábado, agosto 04, 2007

Arboles

Cuando era niño tenía un fijación con los árboles, no en el sentido de trepar por ellos ni observar su belleza, todo lo contrario, el ejercicio que realizaba cotidianamente en un hoja en blanco y con la compañia de un lápiz de carbón, era dibujar árboles. Mis árboles era rústicos, amorfos y fomes, no tenían gran magnificencia ni exhuberancia, su diseño fluctuaba en tres diseños diferentes; en primer lugar estaba el árbol tipo triangulo isosceles (un clásico) era más bien un árbol geométrico, de trazos violentos y seguros, un diseño ejecutivo sin pretensiones de preciosismo y útil para salir del paso.
El segundo árbol era tipo ondulado, este se caracterizaba por presentar un cono frondoso y un tronco con base ancha, su característica estética denotaba un trazada elaborado y con pretensión de virtuocismo; era el árbol social, el típico diseño para mostrar a los padres o engrupir a una damisela.
Por último estaba el árbol light, este tenía un diseño libre, era producto de las circunstancias, estados de ánimo, tiempo, emociones y ganas de dibujar, no puedo decir mucho de este diseño, sólo que era el que más me gustaba Estaba rodeado de formas y trazados aleatorios sin sentido alguno y generalmente estaba rodeado de figuras geométricos y símbolos iconográficos de pueblo precolombinos. Presentaba un diseño avasallador que impregnaba personalidad y en ocasiones agresividad a las formas.
Sinceramente y siendo autocrítico con mi frustrada experiencia artística, puedo decir que como diseñador de árboles era y soy una mierda, un fracaso, un asco, pésimo, deprorable, ridículo, indigno y hasta patético. Quizás pueda apreciarse como una crítica radical, pero afortunadamente es así. Sin mayores conclusiones como creador de árboles soy un asco.
Uno de estos días, en un fructufero diálogo con el amor de vida acerca de las representaciones mentales que se generar a partir de ciertos enunciados que citamos recurrentemente en nuestra interacción y/o coordinación en el lenguaje, le plantié el desafio de que me dijera que era primero: imaginarse mentalmente un árbol o emitir la palabra del árbol imaginado. Llegamos a la conclusión de que era un acto paralelo, muy veloz para ser clasificado, pero por otro lado, más que reflexionar en torno a sí la imagén creada en la mente del árbol es primero que la palabra emitida, centré el cuestionamiento acerca del árbol que construía como imagen mental y el motivo por que representé esa árbol en el momento que realizaba este ejercicio.
Aunque no lo crean en mi mente apareció el árbol light, sin pensar ni dudar recurrí a la imagén del pasado que más sentido cobró en mis concepciones arbolísticas que recordaba y traía al presente desde lo gabinetes mentales que resguardan mi pasado.

2 comentarios:

Laucha dijo...

pensamiento rizomatico??

Elias dijo...

Por ahí va la cosa