Para Andrés era un rutinario día más, sentado frente a su escritorio viendo pasar la gente por la ventana, sin más consuelo de saber que su jornada laboral termina cuando comienza la oscuridad en la ciudad. De esta no hay mucho que decir, es tan desolada como su oficina, falta luz, calor y color, irradia una melancolía que la convierte en un lugar somnoliento e inerte, donde el tiempo parece quedar congelado. En este escenario los minutos no avanzan. La sensación de incapacidad de modificar el mundo, generar cambios locales o transformar su vida, no están en este lugar. La gente que lo rodea es más bien parca, escasa de cualquier deseo de conquistar espacios de vida. Viven narrando historias pasadas que repiten una y otra vez como si fuese su única razón de existencia. Ese deseo de justificar un letargo propio de una agitada vida pasada que es un pretexto que justifica un pobre presente, melancólico y aburrido.
Para Andrés estar en ese lugar era vivir en una bomba de tiempo, era estar en una inserto en una olla a presión que en algún momento tenía que reventar. Sabía que la ficción no podía durar más, que las convenciones aceptadas y concretizadas en diálogos forzados tiene su punto de quiebre cuando algún actor devela su real intención, cuando nos miramos a la cara y asumimos nuestra simpatía o malestar sin más convicción de que la aceptación pasa por hacernos cargo de que vivimos en un mundo diverso, con gente que siente y piensa diferente. Paradójicamente ese discurso que Andrés manifestaba en sus noches de juerga con sus “amigos” no era su forma de actuar en el mundo que le tocó vivir.
Levantarse de la cama y dirigirse a la ducha no era lo complejo. Viajar a su lugar de trabajo tampoco, pero llegar, respirar el olor a humedad y ver los rostros de desesperanza eran las situaciones que lo contagiaban de un desgano y perdida de sentido vital que lo conflictuaba cotidianamente. María era quizás la única que lo comprendía. Ella era más bien sociable, hablaba mucho pero decía poco, su forma de relacionarse demostraba que a pesar de las dificultades el mundo era un lugar para pasarla bien. Obviamente era la antítesis de Andrés. Convivían en un espacio contiguo, lo que hacia que dialogaran permanentemente de la vida. Muchas veces le decía lo inhóspito y poco acogedora de su oficina. ¿Por que no le das vida? Andrés. Puedes poner un cuadro, una planta, no sé, algo entretenido ¿Me entiendes? algo que le dé vida, que sé yo, un cuadro de tu amada por lo menos, que se note el amor amigo. Andrés observaba y le decía, sabes María, lo que más vida le da a esta oficina es mi persona, por que a pesar de lo poco acogedora que es, tiene el calor humano de un tipo que todos los días se levanta con ganas de trabajar y venir a dejar lo mejor de sí para cambiar este puto mundo. María reía y le respondía. Somos dos. Y se despedía cerrando la puerta que alejaba a Andrés de la monotonía que lo destruía día a día como persona.
Sin temor a equivocarse María sospechaba lo que le ocurría a Andrés, tanta era su certeza que en ocasiones lo comentaba con su marido, que asentía con la cabeza mirando la TV y girando su rostro por 3 segundos cada vez que María le decía algo. En realidad el mundo es así, pensaba María y creía que la mejor forma de sacar a Andrés de ese letargo era conversando con él y riéndose todas las mañanas de cualquier situación por más absurda que fuera, total reír es gratis, pensaba María.
El viernes era el mejor día de la semana para Andrés, es el día terminal que le permitía conectarse con la felicidad de compartir el hogar con lo que más amaba que era su familia. Un amor que estaba en pausa, pero permanentemente evocado cada vez que llegaba a su trabajo. Todos los viernes meditaba en lo eterno y relativo que es el tiempo cuando uno tiene que hacer algo que desea y no encuentra otra forma de apurar los minutos que no sea mirando permanentemente el reloj. Homologaba esta situación y se ponía en el lugar de un estudiante que no deseaba estar en una clase de matemática, debido a su incapacidad de resolver un más mínimo problema de probabilidades y que necesitaba escapar de la maldita abstracción de esos número que lo ahogaban y la hora no pasaba nunca, que largo son los minutos cuando uno no quiere estar en un lugar o cuando desea estar en otro. Que relativo que es el tiempo y la percepción de la vida cuando nos dedicamos a adentrarnos en lo que deseamos y dejamos las convenciones y la razón a un lado por un minuto.
Pero así es la existencia de muchas personas, larga y tediosa, anulada en un mundo en el que cada vez somos más incógnitos y necesitamos legitimarnos realizando cualquier estupidez. Ante esa realidad, cada minuto de ese viernes era un triunfo, era un músculo de su rostro que se relajaba, era la proximidad de la felicidad o más bien volver a ser el mismo, con sus deseos y frustraciones, pero viviéndolas desde la efusividad de su existencia. María por otro lado, reía y reía a carcajadas, había encontrado una foto en la que salía con su actual pareja con menos kilos y canas. Mira Andrés, soy yo cuando era un poco más joven, por que vieja no soy como vez. Jajajajajajajajaja, increíble como pasa el tiempo ¿No crees? Andrés asentía con la cabeza pensando en el lento pasar del tiempo. El problema no es con María ni con el espacio físico, es con la desidia de sus pares, con él desanimo, con la muerte en vida que arrastran permanentemente y que lo fastidia.
Andrés mira su reloj y observa que quedan dos minutos para irse. Por fin me voy de esta cárcel, jajajajajaja. Ríe. Se acerca a María y le dice: que buena la foto, que increíble como pasa el tiempo María, aunque no pasa por ti, parece. Sin darse cuenta era lo mismo que María él había dicho con otras palabras. María le responde, claro Andrés, el tiempo no se perpetúa en aquellos que vivimos la vida con alegría y esperanza. Así es María, así es, por mi parte sería todo, nos vemos querida amiga hasta el Lunes. Que estés bien, saludos a los tuyos, refiriéndose a su familia, que no conocía ni le interesaba, pero que era un ritual de convención social que más allá de su significado era necesario. Útil para hacer creer al otro que le interesa algo de una vida que en realidad le daba lo mismo.
Andrés sale prácticamente corriendo y se dirige al auto, pero en el camino se da cuenta que se le olvida algo, el maldito celular, fetiche moderno que localiza el alma de la gente y la somete al control del sistema esclavizándola las veinticuatro horas del día. Mientras camina de vuelta observa las caras de sus compañeros de trabajo y ve en sus ojos esa muerte en vida que siempre le mencionaba a su mujer, esa mirada que todos tenían y que sin darse cuenta él estaba adquiriendo. En ese momento no se cuestionó el origen del problema de las miradas, más bien caminó raudo por los pasillos a buscar el celular. Antes de llegar a la oficina, decide pasar por el lugar donde María atiende a los compañeros de trabajo, ya que, ella está encargada de escuchar los pesares de la gente que trabaja en este lugar. Cuando trata de hablarle, ve como María en un ritual cotidiano hace beber a una persona un líquido rojo y espeso en un vaso dorado de metal y le aprieta el cuello y se lo suelta para que trague toda la poción. Parece sangre, piensa Andrés, pero no lo es, se dice así mismo, debe ser por el olor quizás. No era sangre ni nada por el estilo. Era la ira, el desgano, la rabia, la pena, el dolor y todos los sentimientos negativos que María vaciaba en la gente, por que aunque Andrés nunca se lo imagino, María absorbía la todos los males y pesares de sus compañeros de trabajo y los transformaba en un líquido que expelía con la orina que luego se los devolvía a las mismas personas que las irradiaban pero multiplicado por mil, demostrándoles que la pena, el dolor, el desgano y todas esas sensaciones que nos impiden ser felices, no se mueren en una mirada, sino que se irradian a los otros. Y la mejor forma de que la gente se hunda en sus males y sepa lo desagradable que es percibir todo lo que irradian, es devolverles esa energía negativa multiplicado por mil, para que sepan lo doloroso que es vivir en un mundo donde el amor es un complemento ínfimo de los deseos y sueños del hombre.
Andrés salió corriendo, con la imagen grabada de la persona que era sometida a ese ritual maligno. Cree que es increíble y a la vez imposible lo que vio. No deseaba volver más a ese trabajo, pero sabe que tiene que llevar dinero al hogar. Lamentablemente para él, es el único lugar donde puede acumular el dinero necesario para lograr un pasar digno junto a los que ama. Pero algo le queda dando vueltas ¿Por qué no me contagio con la pena de los otros? ¿Por qué María no me insinúa beber de su pócima? Y se le ocurre la respuesta más acertada de todas, la alternativa correcta del mundo de posibilidades que acompañan la pregunta, es el amor, el tan preciado y esquivo amor, es el único antídoto que impide que Andrés se contagie.
Otro lunes más, pero no es lo mismo. Sabe que está inmune, pero también tiene en cuenta que la coraza que tiene debe ser reforzada cotidianamente con amor, aquel que le entrega su mujer y los que lo rodean. Hola María – le dice Andrés- ¿Cómo estás? Bien-contesta María. En ese momento Andrés tenía claro que era inmune a la pócima de María, ella también lo sabía, ya que, a diferencia de los que se puede creer, María detectaba las puertas que podía abrir para entrar en las almas de aquellos que se dejaban seducir por las emociones en las que vertía su líquido maldito, pero como toda mujer perseverante no cesaba en buscar almas débiles a las cuales verter su pócima que era la construcción colectiva de las desdichas de las personas. Ante tal situación, María se veía coartada de doblegar a Andrés en su convicción de la importancia de vivir en un micromundo donde el amor fuese el sentimiento superior que guíe su pasar por el mundo en esta etapa de su vida, Andrés sospechaba que su inmunidad se debía a algo que los otros no tenían y que claramente quedaba en claro cuando le decía a la gente que estaba enamorado y esta se sonreía irónicamente o se burlaba de él. María no perdía la esperanza, por que al igual que Andrés, muchas de las personas que ingresaron al lugar donde ambos trabajaban, en algún momento de su vida amaron con toda el alma, pero al no cultivar este amor fueron absorbido por la ira, la desesperanza y una serie de emociones más, que los transformaron en esas alma muertas en vida, que a través de su mirada, reflejaban el desgano de pertenecer a un mundo que no los acogía. Pero el trabajo de María era seducir y a través de sus diálogos e invitaciones, hacer beber pócima que mantenía a las personas con su almas contaminadas. Andrés no era su rival, pero se transformaba en una posibilidad de incluir a otra persona en su mundo del desamor.
Oye Andrés hace tiempo que tengo ganas de invitarte en jugo que preparo en mi hogar y que me da energía todas las mañanas ¿Te traigo un poco? Andrés ríe se da cuenta que María no sospecha que el conoce sus planes, el no tiene temor, sabe que puede beber litros de esa pócima y no le va a pasar nada, por eso sólo ríe y piensa lo incauta que es María al creer que su pócima lo puede doblegar. ¿Qué me dices María?-plantea Andrés- ¿Qué me sirva que cosa? Un jugo que preparo. ¿Pero de que está hecho ese jugo María? En ese momento María ríe, a través de su risa evidencia que Andrés no es la persona que puede ampliar su circulo de almas muertas, por lo tanto gira su rostro al ventanal que se ubica en el pasillo que intercepta el camino a sus oficina y se aleja riéndose a carcajadas, con el consuelo de saber que el caso de Andrés en una excepción que justifica la regla. Por otro lado, Andrés respira tranquilo retomando otro rutinaria y desmotivando día laboral, sumando horas que le permitirán en unos momentos más beber del amor que le permite estar inmune a la pócima de María. Andrés tenía claro que tenía que hacer. Caer en la trampa de María, sólo depende de él. Y como todo hombre inteligente y disciplinado su tarea está más que clara.
Otra nueva semana. Las mismas caras, tareas y desgano. Pero así es la vida de Andrés y de muchas otras personas que tienen que sobrevivir en un mundo donde las posibilidades de hacer lo que uno desea, se reducen a la mínima expresión.
Para Andrés estar en ese lugar era vivir en una bomba de tiempo, era estar en una inserto en una olla a presión que en algún momento tenía que reventar. Sabía que la ficción no podía durar más, que las convenciones aceptadas y concretizadas en diálogos forzados tiene su punto de quiebre cuando algún actor devela su real intención, cuando nos miramos a la cara y asumimos nuestra simpatía o malestar sin más convicción de que la aceptación pasa por hacernos cargo de que vivimos en un mundo diverso, con gente que siente y piensa diferente. Paradójicamente ese discurso que Andrés manifestaba en sus noches de juerga con sus “amigos” no era su forma de actuar en el mundo que le tocó vivir.
Levantarse de la cama y dirigirse a la ducha no era lo complejo. Viajar a su lugar de trabajo tampoco, pero llegar, respirar el olor a humedad y ver los rostros de desesperanza eran las situaciones que lo contagiaban de un desgano y perdida de sentido vital que lo conflictuaba cotidianamente. María era quizás la única que lo comprendía. Ella era más bien sociable, hablaba mucho pero decía poco, su forma de relacionarse demostraba que a pesar de las dificultades el mundo era un lugar para pasarla bien. Obviamente era la antítesis de Andrés. Convivían en un espacio contiguo, lo que hacia que dialogaran permanentemente de la vida. Muchas veces le decía lo inhóspito y poco acogedora de su oficina. ¿Por que no le das vida? Andrés. Puedes poner un cuadro, una planta, no sé, algo entretenido ¿Me entiendes? algo que le dé vida, que sé yo, un cuadro de tu amada por lo menos, que se note el amor amigo. Andrés observaba y le decía, sabes María, lo que más vida le da a esta oficina es mi persona, por que a pesar de lo poco acogedora que es, tiene el calor humano de un tipo que todos los días se levanta con ganas de trabajar y venir a dejar lo mejor de sí para cambiar este puto mundo. María reía y le respondía. Somos dos. Y se despedía cerrando la puerta que alejaba a Andrés de la monotonía que lo destruía día a día como persona.
Sin temor a equivocarse María sospechaba lo que le ocurría a Andrés, tanta era su certeza que en ocasiones lo comentaba con su marido, que asentía con la cabeza mirando la TV y girando su rostro por 3 segundos cada vez que María le decía algo. En realidad el mundo es así, pensaba María y creía que la mejor forma de sacar a Andrés de ese letargo era conversando con él y riéndose todas las mañanas de cualquier situación por más absurda que fuera, total reír es gratis, pensaba María.
El viernes era el mejor día de la semana para Andrés, es el día terminal que le permitía conectarse con la felicidad de compartir el hogar con lo que más amaba que era su familia. Un amor que estaba en pausa, pero permanentemente evocado cada vez que llegaba a su trabajo. Todos los viernes meditaba en lo eterno y relativo que es el tiempo cuando uno tiene que hacer algo que desea y no encuentra otra forma de apurar los minutos que no sea mirando permanentemente el reloj. Homologaba esta situación y se ponía en el lugar de un estudiante que no deseaba estar en una clase de matemática, debido a su incapacidad de resolver un más mínimo problema de probabilidades y que necesitaba escapar de la maldita abstracción de esos número que lo ahogaban y la hora no pasaba nunca, que largo son los minutos cuando uno no quiere estar en un lugar o cuando desea estar en otro. Que relativo que es el tiempo y la percepción de la vida cuando nos dedicamos a adentrarnos en lo que deseamos y dejamos las convenciones y la razón a un lado por un minuto.
Pero así es la existencia de muchas personas, larga y tediosa, anulada en un mundo en el que cada vez somos más incógnitos y necesitamos legitimarnos realizando cualquier estupidez. Ante esa realidad, cada minuto de ese viernes era un triunfo, era un músculo de su rostro que se relajaba, era la proximidad de la felicidad o más bien volver a ser el mismo, con sus deseos y frustraciones, pero viviéndolas desde la efusividad de su existencia. María por otro lado, reía y reía a carcajadas, había encontrado una foto en la que salía con su actual pareja con menos kilos y canas. Mira Andrés, soy yo cuando era un poco más joven, por que vieja no soy como vez. Jajajajajajajajaja, increíble como pasa el tiempo ¿No crees? Andrés asentía con la cabeza pensando en el lento pasar del tiempo. El problema no es con María ni con el espacio físico, es con la desidia de sus pares, con él desanimo, con la muerte en vida que arrastran permanentemente y que lo fastidia.
Andrés mira su reloj y observa que quedan dos minutos para irse. Por fin me voy de esta cárcel, jajajajajaja. Ríe. Se acerca a María y le dice: que buena la foto, que increíble como pasa el tiempo María, aunque no pasa por ti, parece. Sin darse cuenta era lo mismo que María él había dicho con otras palabras. María le responde, claro Andrés, el tiempo no se perpetúa en aquellos que vivimos la vida con alegría y esperanza. Así es María, así es, por mi parte sería todo, nos vemos querida amiga hasta el Lunes. Que estés bien, saludos a los tuyos, refiriéndose a su familia, que no conocía ni le interesaba, pero que era un ritual de convención social que más allá de su significado era necesario. Útil para hacer creer al otro que le interesa algo de una vida que en realidad le daba lo mismo.
Andrés sale prácticamente corriendo y se dirige al auto, pero en el camino se da cuenta que se le olvida algo, el maldito celular, fetiche moderno que localiza el alma de la gente y la somete al control del sistema esclavizándola las veinticuatro horas del día. Mientras camina de vuelta observa las caras de sus compañeros de trabajo y ve en sus ojos esa muerte en vida que siempre le mencionaba a su mujer, esa mirada que todos tenían y que sin darse cuenta él estaba adquiriendo. En ese momento no se cuestionó el origen del problema de las miradas, más bien caminó raudo por los pasillos a buscar el celular. Antes de llegar a la oficina, decide pasar por el lugar donde María atiende a los compañeros de trabajo, ya que, ella está encargada de escuchar los pesares de la gente que trabaja en este lugar. Cuando trata de hablarle, ve como María en un ritual cotidiano hace beber a una persona un líquido rojo y espeso en un vaso dorado de metal y le aprieta el cuello y se lo suelta para que trague toda la poción. Parece sangre, piensa Andrés, pero no lo es, se dice así mismo, debe ser por el olor quizás. No era sangre ni nada por el estilo. Era la ira, el desgano, la rabia, la pena, el dolor y todos los sentimientos negativos que María vaciaba en la gente, por que aunque Andrés nunca se lo imagino, María absorbía la todos los males y pesares de sus compañeros de trabajo y los transformaba en un líquido que expelía con la orina que luego se los devolvía a las mismas personas que las irradiaban pero multiplicado por mil, demostrándoles que la pena, el dolor, el desgano y todas esas sensaciones que nos impiden ser felices, no se mueren en una mirada, sino que se irradian a los otros. Y la mejor forma de que la gente se hunda en sus males y sepa lo desagradable que es percibir todo lo que irradian, es devolverles esa energía negativa multiplicado por mil, para que sepan lo doloroso que es vivir en un mundo donde el amor es un complemento ínfimo de los deseos y sueños del hombre.
Andrés salió corriendo, con la imagen grabada de la persona que era sometida a ese ritual maligno. Cree que es increíble y a la vez imposible lo que vio. No deseaba volver más a ese trabajo, pero sabe que tiene que llevar dinero al hogar. Lamentablemente para él, es el único lugar donde puede acumular el dinero necesario para lograr un pasar digno junto a los que ama. Pero algo le queda dando vueltas ¿Por qué no me contagio con la pena de los otros? ¿Por qué María no me insinúa beber de su pócima? Y se le ocurre la respuesta más acertada de todas, la alternativa correcta del mundo de posibilidades que acompañan la pregunta, es el amor, el tan preciado y esquivo amor, es el único antídoto que impide que Andrés se contagie.
Otro lunes más, pero no es lo mismo. Sabe que está inmune, pero también tiene en cuenta que la coraza que tiene debe ser reforzada cotidianamente con amor, aquel que le entrega su mujer y los que lo rodean. Hola María – le dice Andrés- ¿Cómo estás? Bien-contesta María. En ese momento Andrés tenía claro que era inmune a la pócima de María, ella también lo sabía, ya que, a diferencia de los que se puede creer, María detectaba las puertas que podía abrir para entrar en las almas de aquellos que se dejaban seducir por las emociones en las que vertía su líquido maldito, pero como toda mujer perseverante no cesaba en buscar almas débiles a las cuales verter su pócima que era la construcción colectiva de las desdichas de las personas. Ante tal situación, María se veía coartada de doblegar a Andrés en su convicción de la importancia de vivir en un micromundo donde el amor fuese el sentimiento superior que guíe su pasar por el mundo en esta etapa de su vida, Andrés sospechaba que su inmunidad se debía a algo que los otros no tenían y que claramente quedaba en claro cuando le decía a la gente que estaba enamorado y esta se sonreía irónicamente o se burlaba de él. María no perdía la esperanza, por que al igual que Andrés, muchas de las personas que ingresaron al lugar donde ambos trabajaban, en algún momento de su vida amaron con toda el alma, pero al no cultivar este amor fueron absorbido por la ira, la desesperanza y una serie de emociones más, que los transformaron en esas alma muertas en vida, que a través de su mirada, reflejaban el desgano de pertenecer a un mundo que no los acogía. Pero el trabajo de María era seducir y a través de sus diálogos e invitaciones, hacer beber pócima que mantenía a las personas con su almas contaminadas. Andrés no era su rival, pero se transformaba en una posibilidad de incluir a otra persona en su mundo del desamor.
Oye Andrés hace tiempo que tengo ganas de invitarte en jugo que preparo en mi hogar y que me da energía todas las mañanas ¿Te traigo un poco? Andrés ríe se da cuenta que María no sospecha que el conoce sus planes, el no tiene temor, sabe que puede beber litros de esa pócima y no le va a pasar nada, por eso sólo ríe y piensa lo incauta que es María al creer que su pócima lo puede doblegar. ¿Qué me dices María?-plantea Andrés- ¿Qué me sirva que cosa? Un jugo que preparo. ¿Pero de que está hecho ese jugo María? En ese momento María ríe, a través de su risa evidencia que Andrés no es la persona que puede ampliar su circulo de almas muertas, por lo tanto gira su rostro al ventanal que se ubica en el pasillo que intercepta el camino a sus oficina y se aleja riéndose a carcajadas, con el consuelo de saber que el caso de Andrés en una excepción que justifica la regla. Por otro lado, Andrés respira tranquilo retomando otro rutinaria y desmotivando día laboral, sumando horas que le permitirán en unos momentos más beber del amor que le permite estar inmune a la pócima de María. Andrés tenía claro que tenía que hacer. Caer en la trampa de María, sólo depende de él. Y como todo hombre inteligente y disciplinado su tarea está más que clara.
Otra nueva semana. Las mismas caras, tareas y desgano. Pero así es la vida de Andrés y de muchas otras personas que tienen que sobrevivir en un mundo donde las posibilidades de hacer lo que uno desea, se reducen a la mínima expresión.
2 comentarios:
Andrés se apellida K.
Por ahí Anda y termina con A.
Saludos
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