Dura y cruel realidad. Sólo frente al balcón de la casa de mi mejor amigo, pensando en lo complejo que es tomar decisiones en el límite de la razón.
En más de una ocasión pensé que vivir en sociedad era necesario por el enriquecimiento de las experiencias ajenas que nutren mi registro de alternativa de soluciones a problemas probables e improbables que azarísticamente algún día podría vivir, pero hoy pienso que no es así. Me deprimo y me hundo en mi incapacidad de enarbolar banderas de triunfo ante situaciones que sobrepasan mi voluntad.
Esto fue en una tarde, mientras me encontraba compartiendo con dos de mis mejores amigos. No tenía idea que viviría lo que viví (como es lógico) ni aventuraba tales circunstancias.
Estábamos sentados en el balcón de la casa de R, bebiendo una cerveza y platicando de lo complejo que es convivir con las inestabilidades emocionales de las mujeres. Justo en ese momento, nuestra trascendente platica se ve interrumpida por la alarma de la compañía de bomberos que sonaba prolongadamente. Otro incendio más. Que más da. Es parte de la regulación natural de la especie humana, pensaba mientras bebía mi cerveza mirado la fealdad de R. Su risa no se dejó esperar. Constantemente me decía que admiraba mi capacidad de reírme de las cosas más trágicas que le podían ocurrir al hombre. Creía que mi forma irónica de enfrentar la realidad era una vía de escape para ocultar mis temores y mi incapacidad de expresar mis sentimientos. Que mis sarcasmos cotidianos era una expresión racionalizada de lo sensible y vulnerables que era en mi “interior”. Nunca discutí su parecer por que obviamente significaba adentrarme en un área de mi ser que era totalmente vulnerable y cuestionable para mi estabilidad existencial como para la proyección que generaba entre mis pares.
Por otro lado, I estaba sentado junto a la TV leyendo un libro de Bolaño. Contradictorio dirán muchos, pero así era I, necesitaba autoconvencerse de que haciendo más de una cosa a la vez podía tener el control de las situaciones más increíbles que se le podían ocurrir. Un día, cuando el nivel de mi inquietud llegó al máximo, le preguntó por que mientras leía tenía la TV prendida, él me dijo que era por que necesariamente tenía que saber lo que ocurría en el mundo a cada minuto. Pero si no escuchas ni ves la TV –le dije. Mire estimado, lo que escuche o vea esta en los marcos de la imposibilidad de las situaciones a las cuales usted puede acceder. Ante tal respuesta, sólo me quedó retirarme de la escena del debate.
Mientras terminaba mi cerveza y R comenzaba a sufrir los efectos del alcohol. Comencé a preocuparme por encontrar un silencio interno que deseaba hace mucho rato, un ostracismo voluntario de los ruidos y las personas, una posibilidad de escucharme desde lo más profundo de mis contradicciones. En el fondo necesitaba estar solo, no quería escuchar la TV, ni las divagaciones etílicas de R, ni el sonido de los dientes de I, ni sus relatos autorreferente. Quería alejarme del ruido de los vehículos y de esa maldita la alarma de la sirena de los bomberos que me rompía las sienes. Por lo tanto, decidí despedirme de mis amigos y aventurarme a recorrer en mi vehículo, casi en estado de zombi, las más de veinte cuadros que me alejaban de mi hogar en aproximadamente diez minutos, si es que nada fuera de lo común podría acontecer.
Querido amigos me voy. Espero que sigan disfrutando la velada y que no tomen más por que mañana tienen que trabajar. Obviamente R no se dio por aludido. Sólo rió. En cambió I permanecía con la TV prendida, con su libro sobre el pecho, la radio a un volumen moderado (extraño en él) y una cara de asombro que nunca había presenciado en el tiempo que lo conozco. Antes de preguntarle acerca del motivo de su estado fuera de lo común, decidí mirar por última vez las luces de la ciudad desde el balcón desde donde me sentía dueño del mundo, pensar en el amor de mi madre que me visitaba por segunda vez en los últimos diez años y que traía una carga de amor y cariño indescriptible que pensaba aprovechar la semana de permiso laboral que solicite para reencontrarme con ella y mi pasado. Cumplía mi sueño, volvía a los brazos que me brindaron el calor y el amor que dejé de sentir desde el momento que decidí que tenía que ser un adulto independiente y lidiar con la vida como una persona “normal”.Bien I, sería todo. Cuando cambies la cara y dejes de hacer que haces mil cosas y no haces ninguna nos vemos. En ese momento I apaga la radio, se acerca y me abraza, me dice que no me preocupe, que necesito ser fuerte, que las cosas de la vida pasan por algo y que el amor que uno siente por las personas perdura en el tiempo, que se prolonga hasta que nos olvidamos de amar. En ese momento miré la mesa donde apoyaba los pies buscando algún porro o algo que lo llevase a decir tanta cursilería. No encontré nada. Pensé en irme sin decir palabra, pero mi curiosidad fue superior. ¿Por qué dices eso? ¿Qué te pasa? Amigo a mí, me duele mucho, pero para ti va a ser peor. En ese momento dirijo mi mirada a la TV y veo a los bomberos sacando una cadáver totalmente quemado de una casa destruida por las llamas. Era mi casa y el cadáver era de mi madre. El límite se acercaba. Es vivir en el dolor máximo. En la perdida del sentido y en la necesidad de recrear un mundo que alguna vez soñé y no se logró por una maldita sirena de bombero que me tiene en el borde del precipicio de la vida.
En más de una ocasión pensé que vivir en sociedad era necesario por el enriquecimiento de las experiencias ajenas que nutren mi registro de alternativa de soluciones a problemas probables e improbables que azarísticamente algún día podría vivir, pero hoy pienso que no es así. Me deprimo y me hundo en mi incapacidad de enarbolar banderas de triunfo ante situaciones que sobrepasan mi voluntad.
Esto fue en una tarde, mientras me encontraba compartiendo con dos de mis mejores amigos. No tenía idea que viviría lo que viví (como es lógico) ni aventuraba tales circunstancias.
Estábamos sentados en el balcón de la casa de R, bebiendo una cerveza y platicando de lo complejo que es convivir con las inestabilidades emocionales de las mujeres. Justo en ese momento, nuestra trascendente platica se ve interrumpida por la alarma de la compañía de bomberos que sonaba prolongadamente. Otro incendio más. Que más da. Es parte de la regulación natural de la especie humana, pensaba mientras bebía mi cerveza mirado la fealdad de R. Su risa no se dejó esperar. Constantemente me decía que admiraba mi capacidad de reírme de las cosas más trágicas que le podían ocurrir al hombre. Creía que mi forma irónica de enfrentar la realidad era una vía de escape para ocultar mis temores y mi incapacidad de expresar mis sentimientos. Que mis sarcasmos cotidianos era una expresión racionalizada de lo sensible y vulnerables que era en mi “interior”. Nunca discutí su parecer por que obviamente significaba adentrarme en un área de mi ser que era totalmente vulnerable y cuestionable para mi estabilidad existencial como para la proyección que generaba entre mis pares.
Por otro lado, I estaba sentado junto a la TV leyendo un libro de Bolaño. Contradictorio dirán muchos, pero así era I, necesitaba autoconvencerse de que haciendo más de una cosa a la vez podía tener el control de las situaciones más increíbles que se le podían ocurrir. Un día, cuando el nivel de mi inquietud llegó al máximo, le preguntó por que mientras leía tenía la TV prendida, él me dijo que era por que necesariamente tenía que saber lo que ocurría en el mundo a cada minuto. Pero si no escuchas ni ves la TV –le dije. Mire estimado, lo que escuche o vea esta en los marcos de la imposibilidad de las situaciones a las cuales usted puede acceder. Ante tal respuesta, sólo me quedó retirarme de la escena del debate.
Mientras terminaba mi cerveza y R comenzaba a sufrir los efectos del alcohol. Comencé a preocuparme por encontrar un silencio interno que deseaba hace mucho rato, un ostracismo voluntario de los ruidos y las personas, una posibilidad de escucharme desde lo más profundo de mis contradicciones. En el fondo necesitaba estar solo, no quería escuchar la TV, ni las divagaciones etílicas de R, ni el sonido de los dientes de I, ni sus relatos autorreferente. Quería alejarme del ruido de los vehículos y de esa maldita la alarma de la sirena de los bomberos que me rompía las sienes. Por lo tanto, decidí despedirme de mis amigos y aventurarme a recorrer en mi vehículo, casi en estado de zombi, las más de veinte cuadros que me alejaban de mi hogar en aproximadamente diez minutos, si es que nada fuera de lo común podría acontecer.
Querido amigos me voy. Espero que sigan disfrutando la velada y que no tomen más por que mañana tienen que trabajar. Obviamente R no se dio por aludido. Sólo rió. En cambió I permanecía con la TV prendida, con su libro sobre el pecho, la radio a un volumen moderado (extraño en él) y una cara de asombro que nunca había presenciado en el tiempo que lo conozco. Antes de preguntarle acerca del motivo de su estado fuera de lo común, decidí mirar por última vez las luces de la ciudad desde el balcón desde donde me sentía dueño del mundo, pensar en el amor de mi madre que me visitaba por segunda vez en los últimos diez años y que traía una carga de amor y cariño indescriptible que pensaba aprovechar la semana de permiso laboral que solicite para reencontrarme con ella y mi pasado. Cumplía mi sueño, volvía a los brazos que me brindaron el calor y el amor que dejé de sentir desde el momento que decidí que tenía que ser un adulto independiente y lidiar con la vida como una persona “normal”.Bien I, sería todo. Cuando cambies la cara y dejes de hacer que haces mil cosas y no haces ninguna nos vemos. En ese momento I apaga la radio, se acerca y me abraza, me dice que no me preocupe, que necesito ser fuerte, que las cosas de la vida pasan por algo y que el amor que uno siente por las personas perdura en el tiempo, que se prolonga hasta que nos olvidamos de amar. En ese momento miré la mesa donde apoyaba los pies buscando algún porro o algo que lo llevase a decir tanta cursilería. No encontré nada. Pensé en irme sin decir palabra, pero mi curiosidad fue superior. ¿Por qué dices eso? ¿Qué te pasa? Amigo a mí, me duele mucho, pero para ti va a ser peor. En ese momento dirijo mi mirada a la TV y veo a los bomberos sacando una cadáver totalmente quemado de una casa destruida por las llamas. Era mi casa y el cadáver era de mi madre. El límite se acercaba. Es vivir en el dolor máximo. En la perdida del sentido y en la necesidad de recrear un mundo que alguna vez soñé y no se logró por una maldita sirena de bombero que me tiene en el borde del precipicio de la vida.
2 comentarios:
bueno, la realidad es como se aprehende... ¿o no?
Así es. Y el título es como se aprecia. Para otro lo duro y cruel puede ser algo más trágico o menos culposo. Depende del prisma desde donde nos posicionamos frente a la situaciones que nos acontecen.
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