En muchas profesiones antes de ejecutar cualquier acción se considera un obligación diagnosticar, más aún, incluso cuando el diagnóstico es claro y muchos comparten las acciones para solucionar las dificultades iniciales, no siempre las medidas planificadas solucionan el problema.
En otras ocasiones, muchos se quedan en el puro diagnóstico, acompañado con un extenso y profundo análisis de las causas de los problemas, pero se olvidan de la intervención y la evaluación de los resultados.
Sería inaceptable permitir una intervención quirúrgica sin un buen diagnóstico que aclare cual es el mejor procedimiento para encontrar la cura a la enfermedad diagnosticada. Lo que en muchos casos no significa un resultado exitoso de la intervención.
Al igual que muchas de las profesiones que utilizan el diagnóstico como un procedimiento permanente, la educación lo debería hacer constantemente durante el año académico, ahora bien ¿Se estará haciendo? ¿De que forma se hace? ¿Cómo se trabaja con la información que nos proporciona el diagnóstico? ¿Es un acto voluntario del docente o una práctica institucionalizada? ¿Qué tipo de diagnóstico debería realizarse?
Tradicionalmente relacionábamos el diagnóstico pedagógico a prueba escrita de preguntas con alternativas o de transferencia de información memorística, que se traducía en un porcentaje de aprobación o reprobación, registrado en el libro de clases al inicio de año escolar. Luego, se realizaba un repaso de aquellos “contenidos” que el “curso” presentaba deficiente y se evaluaba con una prueba escrita, generalmente al final del mes de Marzo, que se transformaba en la primera nota “formal” al libro de clases.
Otras instituciones realizaban un repaso con los “contenidos” de acuerdo a lo que el profesor “creía” necesario que los estudiantes “deberían saber” del año anterior. Ambos sistemas ineficientes y excluyentes, centrados en los “conocimientos” y la capacidad de retención de información, que en ocasiones estaba condicionada con el desgano del estudiante que al considerar que la “prueba” no era evaluada la respondía displicentemente o realmente no registraba nada en la hoja.
También estaban otras escuelas que no realizaban ninguno de los dos procedimientos antes descritos. O sea, no hacían nada y comenzaban a enseñar la primera unidad del año según el programa de estudio. Algo verdaderamente aberrante.
El diagnóstico es esencial para descubrir las características de las personas con las cuales los docentes deben interactuar durante el año académico, pero este no debe remitirse exclusivamente a medir la capacidad de recuerdo de información que posee un estudiante de un año para otro, sino, que debe apuntar a detectar y sistematizar las expectativas en torno a lo que desea aprender, la forma de cómo desearía aprender y ser evaluado, lo que necesita aprender, lo que sabe de los temas que se desarrollarán durante la unidad o año, lo que cree acerca de los temas estudiados y lo que realmente sabe, cuales son los sentidos y los estilos de aprendizajes dominantes que permiten un desempeño favorable y un aprendizaje eficiente y significativo.
Una forma de recabar esta información es aplicando algunos test de estilos de aprendizaje y de sistema de representación que permitan al docente detectar la vía sensorial de acceso a la información y la forma más eficiente de trabajo con esta, además de diseñar algunos instrumentos de rescate de expectativas y conocimiento e ideas previas, porque, guste o no, los estudiante traen un patrimonio que tienen que ver con sus historias, expectativas, vivencias, diálogos, sus gusto, su capital cultural, simbólico y material entre otros, que no puede ser desconocido por el docente y transformado en información de utilidad para el diseño de sus planificaciones.
En muchas ocasiones, la desmotivación frente al proceso de aprendizaje pasa obviar por completo los aspectos antes mencionados que un buen diagnóstico pueda rescatar y aportar como información validad.
El sentido a la experiencia de aprender, se transforma en significativa, atractiva y motivante, desde el momento en el que el estudiante se siente parte en la toma de decisiones de las acciones que se van a desplegar en el aula.
Para el docente esta información es de gran utilidad para diseñar su proceso de aprendizaje, es decir, seleccionar las estrategias de enseñanza relacionadas con las expectativas, conocimientos, estilos de aprendizaje de sus estudiantes y los aprendizajes prescritos en los programas de estudio.
El resultado de la aplicación de este proceso permitirá reflexionar en torno al éxito del proceso de aprendizaje y transforma un tediosa tarea administrativa, como es la planificación, en un acción de intervención pedagógica atrayente y estimulante, debido a que permite acceder a resultados de aprendizaje concretos, vivenciados y verificados en las calificaciones como en las sensaciones de aprendizaje que se observan en los estudiantes durante y al finalizar un proceso de aprendizaje.
En otras ocasiones, muchos se quedan en el puro diagnóstico, acompañado con un extenso y profundo análisis de las causas de los problemas, pero se olvidan de la intervención y la evaluación de los resultados.
Sería inaceptable permitir una intervención quirúrgica sin un buen diagnóstico que aclare cual es el mejor procedimiento para encontrar la cura a la enfermedad diagnosticada. Lo que en muchos casos no significa un resultado exitoso de la intervención.
Al igual que muchas de las profesiones que utilizan el diagnóstico como un procedimiento permanente, la educación lo debería hacer constantemente durante el año académico, ahora bien ¿Se estará haciendo? ¿De que forma se hace? ¿Cómo se trabaja con la información que nos proporciona el diagnóstico? ¿Es un acto voluntario del docente o una práctica institucionalizada? ¿Qué tipo de diagnóstico debería realizarse?
Tradicionalmente relacionábamos el diagnóstico pedagógico a prueba escrita de preguntas con alternativas o de transferencia de información memorística, que se traducía en un porcentaje de aprobación o reprobación, registrado en el libro de clases al inicio de año escolar. Luego, se realizaba un repaso de aquellos “contenidos” que el “curso” presentaba deficiente y se evaluaba con una prueba escrita, generalmente al final del mes de Marzo, que se transformaba en la primera nota “formal” al libro de clases.
Otras instituciones realizaban un repaso con los “contenidos” de acuerdo a lo que el profesor “creía” necesario que los estudiantes “deberían saber” del año anterior. Ambos sistemas ineficientes y excluyentes, centrados en los “conocimientos” y la capacidad de retención de información, que en ocasiones estaba condicionada con el desgano del estudiante que al considerar que la “prueba” no era evaluada la respondía displicentemente o realmente no registraba nada en la hoja.
También estaban otras escuelas que no realizaban ninguno de los dos procedimientos antes descritos. O sea, no hacían nada y comenzaban a enseñar la primera unidad del año según el programa de estudio. Algo verdaderamente aberrante.
El diagnóstico es esencial para descubrir las características de las personas con las cuales los docentes deben interactuar durante el año académico, pero este no debe remitirse exclusivamente a medir la capacidad de recuerdo de información que posee un estudiante de un año para otro, sino, que debe apuntar a detectar y sistematizar las expectativas en torno a lo que desea aprender, la forma de cómo desearía aprender y ser evaluado, lo que necesita aprender, lo que sabe de los temas que se desarrollarán durante la unidad o año, lo que cree acerca de los temas estudiados y lo que realmente sabe, cuales son los sentidos y los estilos de aprendizajes dominantes que permiten un desempeño favorable y un aprendizaje eficiente y significativo.
Una forma de recabar esta información es aplicando algunos test de estilos de aprendizaje y de sistema de representación que permitan al docente detectar la vía sensorial de acceso a la información y la forma más eficiente de trabajo con esta, además de diseñar algunos instrumentos de rescate de expectativas y conocimiento e ideas previas, porque, guste o no, los estudiante traen un patrimonio que tienen que ver con sus historias, expectativas, vivencias, diálogos, sus gusto, su capital cultural, simbólico y material entre otros, que no puede ser desconocido por el docente y transformado en información de utilidad para el diseño de sus planificaciones.
En muchas ocasiones, la desmotivación frente al proceso de aprendizaje pasa obviar por completo los aspectos antes mencionados que un buen diagnóstico pueda rescatar y aportar como información validad.
El sentido a la experiencia de aprender, se transforma en significativa, atractiva y motivante, desde el momento en el que el estudiante se siente parte en la toma de decisiones de las acciones que se van a desplegar en el aula.
Para el docente esta información es de gran utilidad para diseñar su proceso de aprendizaje, es decir, seleccionar las estrategias de enseñanza relacionadas con las expectativas, conocimientos, estilos de aprendizaje de sus estudiantes y los aprendizajes prescritos en los programas de estudio.
El resultado de la aplicación de este proceso permitirá reflexionar en torno al éxito del proceso de aprendizaje y transforma un tediosa tarea administrativa, como es la planificación, en un acción de intervención pedagógica atrayente y estimulante, debido a que permite acceder a resultados de aprendizaje concretos, vivenciados y verificados en las calificaciones como en las sensaciones de aprendizaje que se observan en los estudiantes durante y al finalizar un proceso de aprendizaje.
2 comentarios:
Sin duda es un blog digno de usted...
En qué sentido sería?
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