lunes, noviembre 30, 2009

Discrepar

El legítimo y siempre bienvenido derecho a la discrepancia, ese es el tema que me viene dando vuelta hace un tiempo, debido a que me he topado con personas a las cuales les cuesta mucho separar el no estar de acuerdo con el otro con el ataque personal.
Particularmente no creo tener un gran número de personas que me desagraden sólo por existir. Tengo la esperanza de que tampoco cumplo los requisitos para ser catalogado como desagradable, pero ese adjetivo calificativo deja de tener vigencia cuando llevo a cabo en el diálogo el simple y adorado derecho a la discrepancia.
No estar a favor de lo que piensa el otro, no significa que no me agrada la otra persona o que le tengo “mala”, todo lo contrario, la respeto tanto y tengo la suficiente confianza en sus intenciones, que me atrevo a decirle que no estoy de acuerdo, que no me parece su punto de vista, que veo las cosas de un óptica totalmente divergente.
A veces creo que algunas personas cuando se juntan para que conversemos y me piden la opinión acerca de algo, tienen completamente claro lo que necesitan escuchar y van a reafirmar aquello que tienen totalmente decidido, pero cuando se encuentran con un “no estoy de acuerdo con lo que dices” transforman su voz generando un ambiente turbio y contaminado por el malestar.
En conclusión, creo que para superar esta dificultad es necesario implementar un diálogo real y no complaciente y poseer la madurez suficiente para tener claro que desde la discrepancia se construyen los más espectaculares acuerdos.

2 comentarios:

Dehuit Víctor Silva Troppa dijo...

¿Podría decirse que la discrepancia es algo connatural al exisitir? Si es así, no me preocupan las discrepancias cotidianas. El problema surge para la construcción de proyectos que implican la vida de muchas personas. O bien en otros proyectos más micro, pero igualmente potentes, como las relaciones de pareja.

Elias dijo...

Discrepar siempre es bueno, aunque lo ideal es hacerlo con alguien que comprenda que es un ejercicio necesario para el consenso. A veces, no creo en el consenso, ya que, las asimetrías de las relaciones de poder impiden generar un relación de comunicación equitativa. Pero entre generar los espacios para la disprencia y no tenerlos, prefiero lo primero.