No hay duda que durante estás últimas décadas y como producto del triunfo del discurso capitalista, la gente (no confundir con pueblo) ha optado por una versión 2.0 de la vida, definida por quien escribe estas letras, como el camino aspiracional. Hoy cualquier persona puede ser acceder a “todo”. El acceso y la masificación de los objetos que entregan placer está a mano de todos.
Un gran segmento de la población, aquello que no viven en la pobreza extrema, puede tener una tarjeta de crédito que por un tiempo determinado te permite acceder a comprar artículos privativos para su condición que durante muchos años eran de exclusivo acceso de la clase privilegiada.
Quizás estas letras no tienen nada de nuevo y no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de esta realidad. Pero un fenómeno post consumo o adquisición del artículo de consumo me llama la atención, es el fenómeno de la ostentación y sensación de demostrar la diferencia y el marcar el terreno frente al otro. Su manifestación puede ser discursiva o visual, pero es necesario que el vecino sepa que me compré un vehículo del año, por lo tanto, hay que “enchularlo” o estamparle el año en la puerta. Eso debería generar envidia en el otro, aunque sería mejor admiración, respeto, o sea, una proyección de lo que sentían cuando la televisión mostraba la vida de los famosos y ricos en alguna serie de TV estadounidense.
Marcar la diferencia con los objetos, es la marca diferenciadora del tatuaje que te permite demostrarle a los otros que no soy igual que ellos. Es sólo la sensación de marcar la diferencia y ganarse el respeto momentáneo, el vicio que te impulsa a comprar lo que no tienes y no puedes pagar, pero lo tuviste y por un momentos y te sentiste bien, pero no por ti, sino por demostrarle a los otros que lo pudiste tener. Puede ser un acto inconsciente que permite existir, sentir y figurar en un mundo homogeneizante.
Por mi parte, con mi amada y mi hijo, en la isla de Chiloé, viviendo entre árboles y pocos vecinos, trabajando en una escuela, gozando la vida con los más cercanos, sin demostrarle nada a nadie, sólo viviendo y gozando cada minuto de la vida, logrando el equilibrio.
Un gran segmento de la población, aquello que no viven en la pobreza extrema, puede tener una tarjeta de crédito que por un tiempo determinado te permite acceder a comprar artículos privativos para su condición que durante muchos años eran de exclusivo acceso de la clase privilegiada.
Quizás estas letras no tienen nada de nuevo y no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de esta realidad. Pero un fenómeno post consumo o adquisición del artículo de consumo me llama la atención, es el fenómeno de la ostentación y sensación de demostrar la diferencia y el marcar el terreno frente al otro. Su manifestación puede ser discursiva o visual, pero es necesario que el vecino sepa que me compré un vehículo del año, por lo tanto, hay que “enchularlo” o estamparle el año en la puerta. Eso debería generar envidia en el otro, aunque sería mejor admiración, respeto, o sea, una proyección de lo que sentían cuando la televisión mostraba la vida de los famosos y ricos en alguna serie de TV estadounidense.
Marcar la diferencia con los objetos, es la marca diferenciadora del tatuaje que te permite demostrarle a los otros que no soy igual que ellos. Es sólo la sensación de marcar la diferencia y ganarse el respeto momentáneo, el vicio que te impulsa a comprar lo que no tienes y no puedes pagar, pero lo tuviste y por un momentos y te sentiste bien, pero no por ti, sino por demostrarle a los otros que lo pudiste tener. Puede ser un acto inconsciente que permite existir, sentir y figurar en un mundo homogeneizante.
Por mi parte, con mi amada y mi hijo, en la isla de Chiloé, viviendo entre árboles y pocos vecinos, trabajando en una escuela, gozando la vida con los más cercanos, sin demostrarle nada a nadie, sólo viviendo y gozando cada minuto de la vida, logrando el equilibrio.
2 comentarios:
Bueno, tengo varias teorías con respecto a este tema que sirven, más que nada, para identificar culpables.
Pero creo que lo más absurdo y dificil de cambiar tiene que ver con que esto provoca que nunca se esté satisfecho. Incluso, con un sentimiento de vacío constante. Es curioso como uno puede dejarse llevar por la corriente del capitalismo, y nunca torcerle la mano (la mano invisible que lo regula, ¡já!)un poco para sentirse feliz alguna vez.
Cubrir un vacío temporal y necesario, casi inconciente, producto de una ceguera propia de los códigos generados por la lógica del capitalismo, que impulsa al consumo y lo asocia a la felicidad.
Es como un barril sin fondo. Por eso creo en los espacios de diálogo y reflexión crítica con propuestas y la escuela debería ser uno de los escenarios de despliegue de ideas de cambio.
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