A Misa

¿Qué hago? Cómo ¿Qué hago? Tengo cara de imbécil acaso. No, para nada. Mi intención no es insultarte, es que estoy muy complicado. Mira, complicado es una palabra que no está en mi vocabulario ¿Sabes por que no ocupo esa palabra? No tengo la menor idea. No la ocupo por que hago lo que se me da la gana hacer y eso te aconsejo, haz lo que más te plazca. Pero son cosas malas las que pienso. Eso es relativo. Si deseas a la mujer de tu hermano y ella te corresponde, anda y poséela, no dudes, tómala de la cintura y aprovecha cada instante en el que sientas su respiración cerca de tu cuerpo, repito, no dudes y si se resiste, golpéala, sin piedad, vacía toda tu ira por su desprecio y cuando esté en el suelo, tómala y poséela, cómo si fuese la última mujer antes de morir. Haz cuenta que nada separa tus actos de tus instintos, déjate llevar por los más oscuros y a la vez prístinos deseos. Eso tienes que hacer, deja de dudar. Actúa y hazlo ya. Sí, tienes toda la razón, ahora tengo las cosas más claras, no sabes como te agradezco por el consejo. De nada y no te olvides que el domingo en la mañana nos vemos y recuerda que no puedes faltar. Sí, hasta el Domingo padre. Hasta el domingo hijo mío y no te olvides de invitar a tu señora a misa.
Más que un consejo fue un confirmación, eso necesitaba R del sacerdote, no lo sintió como una confesión, todo lo contrario, el confesionario se transformó en el hogar donde diariamente realizaba las acciones que lo justificaban con su madre.
Mientras R salía de la Iglesia, la lluvia comenzaba levemente a caer y teñía el cielo de un gris tan oscuro como los deseos de liberación de nuestro personaje.